Escribir es un acto de responsabilidad

Escribir es un acto de responsabilidad, lo mismo que el vivir, pero ambas cosas suelen hacerse con una desidia y una desgana que a veces, como es mi caso, enervan la sangre y me entristecen por el tiempo perdido. Por ese mismo sentido de responsabilidad intentaré como colaborador de este periódico digital no hacerles perder el suyo al leerme. Tampoco quiero engañar a nadie, ni siquiera a mí mismo, la opinión puede que sea el único valor democrático de los españoles, todos tenemos una, y hemos hecho con ella desde lo más sublime a lo más chabacano. Por eso la opinión, como la democracia, no tienen valor por sí mismas, y solo su calidad, las ideas y los valores que se hallen tras esa opinión deberían de servirnos de guía para aceptarlas y reflexionar sobre ellas.

Foto: Pexels

Corremos el riesgo de hablar demasiado rápido y demasiado alto. Tengo un maestro de cabecera que advierte que quienes gritan demasiado no pueden tener pensamientos profundos, y no podría estar más de acuerdo. En un tiempo donde la información es tan ingente y tan fácil de obtener resulta que hemos perdido las señales, los mapas y las coordenadas que debían permitirnos discernir si esa información es cuanto menos veraz, no manipulada ni sujeta a intereses de cualquier tipo. Ahora resulta que nuestras biblias son las redes sociales, y creemos a cualquiera que nos enseñe las tablas de la ley si van precedidos de un hashtag.
Nos han hecho correr demasiado al grito de que la vida son dos días, si fuera cierto a mi me sobran algunos ya, y no nos dejan mirar por la ventanilla de este tren de mercancías en el que nos han metido aduciendo que es por nuestra seguridad. No es seguro, nos dicen, fijar nuestra vista en un punto del horizonte, ese punto distante e inmóvil donde parar las prisas para sentirnos, para pensarnos, para que si han de ser dos días, sean dos días que podamos disfrutar más allá de las urgencias, las consignas y las modas.
No quiero más que ser un punto en el horizonte. Algo distante e inmóvil. Alguien que no grita, que prefiere escuchar a hablar, que de vez en cuando escribirá en este periódico algunas líneas que no cansen mucho y que al menos transmitan algo. Tal es mi pretensión. Porque hablar para no decir nada cansa, salvo al que cobra por hacerlo.

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