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Íker Casillas, mucho más que un portero

Íker Casillas es uno de los últimos exponentes de un fútbol que ya no existe. Un fútbol, quizás con menos glamour, pero mucha más pasión. Nadie imagina en pleno 2019 a un chico de 17 años de la cantera, como Raúl González o Casillas echando la puerta abajo de una patada y convirtiéndose en eterno titular y capitán merengue.
Los más mayores, seguro que recuerdan cómo empezó todo. A los más jóvenes, les sonará a ciencia ficción: Casillas estaba en su aula del instituto, un día cualquiera, estudiando COU, cuando llamaron a la puerta de clase para decirle que tenía que irse de viaje de inmediato para ser uno de los porteros del primer equipo en el siguiente encuentro. El resto es historia.
La trayectoria del cancerbero de Móstoles siempre estuvo marcada por la “baraka” que le acompañaba, como si de un ente invisible se tratara y que le hizo hacerse con la titularidad ante las lesiones de los dos porteros del primer equipo. Los astros siempre le eran favorables, cómo cuando partía como suplente de César Sánchez en la final de Champions League frente al Bayer Leverkusen y la lesión de éste, le hizo saltar al campo y contribuir al triunfo de su club con varias de sus paradas imposibles.

Las cosas no fueron diferentes en la selección española. Allá por 2002, en vísperas de ese mundial de Japón-Korea (en el que por cierto, que bien nos habría venido el ahora omnipresente VAR), José Antonio Camacho no tenía claro si dar la titularidad a un más experimentado Cañizares o a Casillas, hasta que un bote de Acqua di Gio cayó sobré el pie del portero de Puertollano durante una concentración en Jerez de la Frontera y seccionó uno de sus tendones. A partir de ahí… 167 internacionalidades y la época más gloriosa de la selección, con su cenit, como no podría ser de otra manera, con una parada inverosímil en un cara a cara con Arjen Robben, en la que su pié como por arte de magia se interpuso entre el balón y la portería, impidiendo un gol seguro y permitiendo que todos levantáramos con él, esa copa de oro que se antojaba inalcanzable. Una historia con final de película, con beso incluido.

Los éxitos continuaron, hasta que un día, cual dios griego desposeído de su divinidad, Casillas se hizo humano. Los ángeles que le rodeaban ahora se habían transformado en demonios. Y uno de esos demonios fue, sin duda, José Mourinho. El portugués (portero frustrado antes de convertirse, primero en traductor de Bobby Robson, del que todo el mundo se reía y más tarde en entrenador ególatra siempre tapando sus enormes carencias con su elocuencia y dotado de un prestigio para muchos inmerecido) no sólo puso en duda la titularidad del capitán merengue, en un acto que nadie se imagina que le hubiera ocurrido por ejemplo a Buffon en la Juventus, sino que también puso a gran parte de la afición blanca en su contra. A partir de aquí, ya nada fue igual: una desafortunada lesión fortuita en la mano lo precipitó todo. Meses después Íker retornaba al trabajo, como ese empleado que de repente llega un día a la oficina y alguien está ocupando su mesa. Tras la marcha del inefable técnico luso, Casillas hizo un último servicio al club de Concha Espina contribuyendo a la consecución de otra “orejona”, gesta que fue premiada con una triste salida por la puerta de atrás, inconcebible para los que crecimos viendo como se homenajeaba a las leyendas del club cuando decidían dar por finalizadas sus carreras.


Pero Íker, no quería que ese fuera el final de la historia y se fue a una liga menor, pero no por ello menos digna, donde curiosamente consiguió ganar el mejor de los premios. Y no me refiero a los títulos nacionales conseguidos en nuestro país vecino. Me refiero a ganarse el cariño y el respeto de una afición y de un país, que lo considera una leyenda incluso habiendo disfrutado ” solo” de lo que muchos podrían considerar que ya era el ocaso de una gloriosa carrera. Claro ejemplo de ésto, es el emotivo homenaje recibido en las gradas del estadio de do Dragão tras su reciente infarto de miocardio, en comparación con el bochornoso gesto de recuerdo del Bernabeu con una paupérrima pancarta en una grada desierta que no se vio mejorada con las camisetas portadas por los jugadores, que más bien parecían las que se ponen cuando quieren dar ánimo a un jugador que se ha lesionado la rodilla.


Ésto nos lleva al último (?) capítulo de la historia. Casillas quería seguir jugando hasta los 40, cosa que nos ayudaba a sentirnos más jóvenes, a los que ya peinamos canas. Y todo apuntaba a que así sería, ya que estaba teniendo su mejor año en la Liga NOS y también había conseguido añadir un buen número de partidos a su historial en la máxima competición europea. Sin embargo, ni siquiera aquellos que han rozado la divinidad con la yema de los dedos son dueños de su destino. En una suerte de yin y yang, que podría resumir su trayectoria deportiva y vital, una lesión cardíaca parece que va a decidir por él el final de su larga carrera que comenzó en el ya lejano siglo XX. Sin embargo, la famosa “baraka” con la que empezó esta narración nunca le ha abandonado e hizo que notara los primeros síntomas de su infarto al lado de los médicos de su club, los cuales no sólo le han salvado la vida sino que han permitido que no haya sufrido secuelas y que esa misma tarde calmara a familiares, amigos y fans con un selfi en el que tenía mejor cara de la que muchos tenemos si sufrimos un simple resfriado.


¿Y ahora qué? Confieso que soy un romántico que sueña con gestas imposibles y me encantaría ver a Casillas, contra todo pronóstico, volver a enfundarse la camiseta de manga corta que siempre le caracterizó, pero la vida no es un relato épico e incluso si así lo fuere, Íker con su privilegiada memoria tiene ya innumerables anécdotas y momentos únicos de los que poder hablar a sus hijos.
A los que le hemos seguido todos estos años en sus buenos y malos momentos, sólo nos queda expresarle nuestro agradecimiento y respeto.

Gracias Íker.

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