words

La palabra

De todas las cosas que conforman a un ser humano, el lenguaje ha sido siempre la que más me ha fascinado. Que como especie fuésemos capaces de crear esa herramienta para comunicarnos tiene algo de milagroso, algo que escapa a los bien delimitados espacios de la razón, rozando quizá lo que somos, un milagro hecho de esfuerzos, de tiempo, de derrotas persistentes que nunca llevan a la victoria pero que dejan la huella a seguir.
El lenguaje ha sido la herramienta que más rápido y mejor nos tuvo que hacer evolucionar. Y hablo desde la ignorancia, nada sé de antropología o lingüística, nada de estudios academicistas que buscan el origen de las cosas. Si pudiésemos retroceder en el tiempo descubriríamos que la génesis del lenguaje debió ser solo un balbuceo, un grito de rabia, de miedo o desesperación. Una necesidad que acabó tomando forma poco a poco, hasta el día de hoy, donde la palabra es dueña y señora de esta torre de babel donde los ilusos creyeron que las distintas lenguas eran un castigo de dios. Los mismos ilusos que en este tiempo tan expuestos como estamos a las imágenes defienden que una sola de ellas valen más que mil palabras. Nunca lo he creído, pero que sabe un pobre diablo como yo de eso.
La palabra dibuja los contornos de nuestro mundo, que ampliamos o disminuimos con las palabras de los demás, con su mundo. A través de la palabra he creado mi personaje, y con la palabra he modelado sus formas que nunca están del todo claras. Por la palabra he descubierto un mundo más allá del mío, y a la vez un deber, el de enriquecer nuestro lenguaje con el de los demás, porque siempre seremos seres incompletos buscando un sentido.

Foto: Unsplash


Pero por la palabra no solo hemos conseguido crear y expresar lo más sublime del alma humana, también ha sido el trasunto de una belleza más inmensa que nos cobija y que maltratamos como hijos desagradecidos; y como parte de esa dualidad eterna que gobierna nuestras vidas, la palabra también tiene su lado oscuro. Por la palabra se oprime, se tiraniza y se engaña. Por la palabra se han defendido ideas aterradoras y se hace más daño del que creemos, tan solo por ser sus heridas invisibles.
Pero a pesar de todo sigo amando la palabra, porque con ella intento expresar lo que siento, porque con ella doy las gracias, y los buenos días, y digo un lo siento y un te quiero; porque la palabra me lleva justo hasta donde anhelo llegar, a ese punto en que el lenguaje se deshace en átomos de silencio y comunión; donde lo dicho deja paso a lo intuido y sentido, y comunicarnos es más cuestión de epidermis, de emoción y de silencios reconocidos.
Puede que en un futuro la comunicación de los seres humanos sea así. Mientras hemos de manejar la mejor herramienta que hemos sabido darnos, sin olvidar nunca que la palabra es un puzle que ha de encajar con otras piezas para que funcione. Muchas veces he pensado que la mayoría de los problemas que padecemos son puros malentendidos, que no logramos encajar nuestras piezas del puzle por esa tara tan humana que es no saber escuchar. Vamos por la vida sorteando a quienes nos quieren imponer su discurso sin darnos cuenta que a veces imponemos el propio.
Pero aún así amo la palabra.
En ella encuentro los pasos de quienes nos precedieron, los que ya no están y echamos de menos. Creo que si prestáramos atención, si atendiéramos al aire en una silenciosa y fría noche de invierno, cuando nada pareciera moverse y la vida reposara aterida de frío, podríamos escuchar la vibración de todas aquellas palabras dichas alguna vez, ahí suspendidas, llenando los huecos de nuestro propio lenguaje.
Pero que puedo saber yo, si tan solo amo la palabra.

Sobre el autor

Deja una respuesta