El banco del parque

Sentado, esperando sin más, dejando pasar las horas por delante de su cara, rozándole las mejillas al compás que el levante le marca. Allí, en el parque, ese que fue testigo del primer beso de amor, allí donde el tintineo de las gotas de la fuente, marcan la marcha del sol durmiente.
Crecer al ritmo del parque de Miguel Ríos, más romántico que la vida propia, pero menos real, lo tangible ha delegado tanta tristeza que olvida la espera eterna, los ojos centinelas, detrás de una esquina, por si aparece, por si pasa, por si grita su nombre, no quiere perderse ese momento, por ello no descansa, solo espera.

Plaza Pintor Clemente de Torres


La muchedumbre camina como cada día, impasible, ajena a su vida, a su dolor y a sus alegrías, a su amor, a su desazón, a todo lo que le rodea, a lo que piensa, a lo que añora y a lo lejos una cabina de teléfono, vieja, con un corazón rasgado en la puerta de un amor tan fugaz como la vida misma. Un parque cualquiera, en una ciudad cualquiera, en un pasado no muy lejano, lugar de secretos, de confidencias, de miradas perdidas al aire, ahora, convertidos en pasatiempos de los inocentes aventurer@s que descubren la vida columpiando risas y descendiendo por el tobogán del alboroto.
Y hoy no vengo solo, somos muchos los que compartimos las primeras copas de la noche de mayo, y lo celebramos, no hay cansancio posible, por ello brindamos, por la salud, por los años, por la amistad verdadera, incluso por la que se escapa cuando recuperamos la consciencia, las normas o abrazamos al sol tejiendo las calles en una borrachera que parece no tener fin. Y volvemos al mismo parque, una y otra vez, a veces nos sentamos, otras solo pasamos junto a él, pero lo miramos, y recordamos lo que alguna vez creímos como único, y hemos comido las sobras de nuestro yo interno, saciando el hambre que jamás tuvimos; también estudiamos. Las canciones nunca tuvieron mejores letras, el parque también cantó Sínkope:


Al parque de los poetas a sestear viene el aire
porque dice que aquí sueña
con una brisa indomable
y que al despertar recuerda el baile
de sus andares
su azabache melena y su mirada penetrante
como raíces.


También fui poeta en el parque, y lector, leí los más bellos versos de amor, del verdadero, del que te llega al centro del alma, de un autor necio, de una autora pragmática. Los versos que caen como las hojas de los árboles en otoño, que todos pisan, que se resquebrajan con el peso de los pies de los transeúntes. El tiempo sigue a su ritmo, haciendo malabarismos con un pie encima de un cajón. Y suena Miguel Campello…


Todas las rosas del Parque Triana,
Te l’has llevao sin decirme nada
Se me olvidó pedirle a tu boca
¡Ay! no te vayas

La puerta está cerrada, hay un horario que cumplir. Los pasos se van tras la arboleda, con las manos va rozando los pétalos que todavía guardan los secretos de las parejas que se sometieron a su juicio, me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, cada cual camina a su ritmo, y dejan las palabras plasmadas en el respaldo, del mismo banco, el de los secretos, el de los besos, y así, un día, se despierta, lejos del parque, del olvido, de su vida; no pases de largo, siéntate en el banco del parque y disfruta.

Sobre el autor

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Miguel Ángel Moreno Cortabarra

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Licenciado en Filología Inglesa, escritor de la novela Doce V, poeta, fui atrapado por la tecnología y he administrado varias webs. Ahora dándolo todo por La Libertaria Información

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