Pero…

Han pasado ya varias semanas desde las últimas elecciones celebradas en este país y aún colean los resultados en muchos sitios. Ayuntamientos y comunidades autónomas donde los resultados han sido muy ajustados están pendientes de formación, incluido el gobierno de la nación.

Así, de pronto, las palabras más utilizadas por todos han sido dialogo, conversaciones, acuerdos, apoyos y pactos de gobierno.

Así, de pronto, algo que debería ser parte del día a día de la política se convierte en noticia, como la de aquella vecina del patio que clamaba a los cuatros vientos lo bueno que era su marido porque aquel día no había venido borracho.

Se dirá que los partidos políticos hablan y negocian entre ellos constantemente, y mi yo malicioso pensará que deben ser nimiedades y cosas sin importancia, pues cuando de verdad son interpelados para buscar una solución parecen moverse solo por pura estrategia, siguiendo sus intereses e intentando acaparar la mayor cuota de poder que puedan.

Hemos creído que la política es un mal necesario, y como tal debe ser asumida. Al igual que hemos creído que los partidos políticos son quienes deben jugar a ese juego de filibusteros y maniqueos. No se puede hacer política cuando tus intereses están encima de la mesa, cuando el sentido de la decencia y el sacrificio se pide solo para los demás, cuando por muy buenas que sean tus intenciones se choca de frente con un partido, unas instituciones y una burocracia que han olvidado para qué fueron concebidos.

La política debiera ser dialogo, no un intercambio de cromos para colocar a los nuestros por encima de los tuyos. Pero nos venden que están en conversaciones, como si de verdad fuera un parlamento en el que se pretende alcanzar un acuerdo, como si manejaran la vieja mayéutica socrática y les alentara algo tan poco usado en su lenguaje como el bien común.

Imagino una de esas reuniones de partidos para formar gobierno; el artificio y la parafernalia de los encuentros donde cada uno exhibirá como gallo de corral sus diputados y concejales; dispuestos a pactar imbuidos por ese halo de potestad que según ellos les han dado los ciudadanos; como llegaran con sus trajes y carpetas, sonrientes y animosos, y dedicaran unos minutos a la prensa para dejar claro que su intención es siempre actuar por el bien de sus votantes y de su país.

 Luego, a solas, fuera de los focos y micrófonos, irán dejando clara sus intenciones para poder llevarse su trozo del pastel. Habrá quien pueda imponer condiciones y quien no, quien pueda decidir con quién pactar y quien tendrá que pasar un calvario por capricho de las urnas. Los programas, las promesas y las ideas dejaran paso a los posibles y a las urgencias por formar gobierno.

Y todos, en algún momento, harán uso de esa conjunción desaliñada y perversa del “pero”. Una conjunción sospechosa e indefinida que más parece un garfio de arrastre, una muletilla sibilina que no reniega de ganancias ni de prebendas. Un “pero” que a mano alzada no esconde las vergüenzas que en público se disimulan.

Pero ya se sabe, la política es así. Pero…

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