Una habitación normal

Parece una habitación normal, y quizás lo sea, no más que cuatro paredes que confinan un espacio. Sus dimensiones, la ubicación, su orientación, la luminosidad son asuntos que no vienen al caso comentar. Es solo una habitación, y como todo espacio vacío sus posibilidades son casi infinitas. Podría estar decorada con muebles de segunda mano o uniformada al estilo ikea; podría tener las tendencias y modos que quisiera al capricho de una noria que no se detiene nunca; podría parecer acogedora y maternal, asemejarse a un alquiler barato o a un hostal de pornógrafo jubilado. Nada de todo eso afecta a su esencia.
La habitación son cuatro paredes, esa es su verdadera materialidad, lo que conforma su realidad tangible. Solo su interior puede variar en función de mil cosas; algunas de ellas, pareciendo inalterables, solo escamotean hurañas un tiempo que acabará deshaciendo sus átomos para convertirlos en otra cosa. Y a pesar de dicha realidad, a pesar de la solidez de las paredes de la habitación, suele ocurrir que de pronto estas desaparecen, dejan de ser visibles para quienes las miran, y como si nos sintiéramos a salvo y gigantes con pies de barro, nuestros ojos ya no ven los muros que detienen nuestra mirada. Ese trastorno no afecta en nada a la consistencia de los muros, que siendo una realidad palpable niega las ensoñaciones, los milagros y los espíritus de cualquier calaña, por muchos cabezazos y golpes que den quienes están dentro creyendo no golpearse contra nada.
Dentro de esa habitación estamos todos, todos y cada uno de nosotros. Hemos cogido nuestro pequeño espacio dentro de aquel cuarto sin saber muy bien que nos llevó a ella. Hay gentes a la derecha y a la izquierda, algunas en el centro, pero casi todos abajo y solo unos pocos arriba. No ocupamos la habitación por completo, suele haber lugares con más espacios que otros, como si alguna inteligencia distinta a la nuestra fuese capaz de modificar la estructura de la habitación para que nunca nos sintiésemos demasiado oprimidos. Lo cual, además de absurdo es imposible, una pared sólida construida con materiales como el ladrillo y el cemento no puede moverse. Pero eso es algo que los de dentro no sabemos, ni siquiera yo, que acabo de escribirlo.
La gente dentro de la habitación se mueve y actúa como un ser vivo. Una entidad biológica provista de todos los sentidos, incluidos los defectos y los errores de diseño. La mayoría actúa como una masa pesada y destructiva que arrasa todo a su paso. Hay además grupos más pequeños que parecen no querer comportarse como la masa, y que cuando logran quedarse con alguna pieza de la habitación ya no la deja nunca, como si de una especie invasora se tratase. Por último están quienes en solitario se mueven de manera esquiva y huidiza, intentando conservar a duras penas el espacio que creen haber logrado conquistar por sí mismos, un logro que para ellos es fundamental, pues en eso basan su aristocrático sentido del estar por encima de todos los demás.
Pero todos olvidan que están dentro de una habitación, encerrados, maniatados y urdidos a la realidad de cuatro paredes, incluido yo. Esa habitación ha tenido a lo largo de los siglos mil nombres: la fe de cualquier religión, el sentido común, las convenciones sociales, la educación, la opinión pública, las ideas manidas y los lugares comunes.
Nos encontramos a salvo dentro de la habitación, calentitos y resguardados de las inclemencias que suele haber fuera. Porque asumir que pensamos cuando solo repetimos consignas y creernos originales cuando somos una burda copia repetida mil veces es la mayor prueba de una vanidad que no ha tenido limites, ni siquiera los del absurdo. No es fácil atreverse a pensar, y menos aún querer descubrir que hay tras esos pensamientos que rescatamos de ecos y vagos recuerdos. Somos seres condicionados, frágiles e ignorantes, pero actuamos como si fuésemos dioses.
Intento salir de la habitación las veces que puedo, aún a riesgo de no ser entendido, pero preferiré siempre intentar pensar por mí mismo y estar lo suficientemente atento para cuando solo repita consignas e ideas que se quedaron en mí por miedo a no pensar como la mayoría, por miedo a estar solo.
Porque esa habitación de la que les he hablado es real, demasiado real.

DOS CAMINOS SE BIFURCABAN EN UN BOSQUE Y YO,
YO TOMÉ EL MENOS TRANSITADO,
Y ESO HIZO TODA LA DIFERENCIA.
ROBERT FROST

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