Un libro es excelente cuando provoca horas de reflexión, debate o la necesidad de escribir sobre él.
Salustiano Gutiérrez Baena – Historiador y escritor
Yo no puedo estar más de acuerdo, aunque añadiría que un libro también es excelente cuando te hace viajar a un lugar o conocer otra obra literaria, musical o pictórica… En estos días en que tanto se habla de la huella ecológica de coger un avión y la sostenibilidad en los viajes, es necesario reivindicar al libro como el medio de transporte más barato y ecológico que existe. Leer y viajar son dos aficiones que tienen en común multitud de cosas; el ver el mundo con otros ojos, replantearte prejuicios (no voy a repetir las palabras de Pío Baroja que están muy manidas, pero quizás el conflicto catalán se solucionase extendiendo la costumbre de Sant Jordi en el resto de España y bajando el precio del puente aéreo para los catalanes) y aprender que hay muchos mundos ahí fuera, cercanos y lejanos, y sobre todo el poder de evocar. Una de las cosas que más me han fascinado siempre de leer, son las descripciones de las ciudades o paisajes donde se desarrolla la acción de la novela, de las culturas que la pueblan y de la historia que ha moldeado su arquitectura, su gastronomía y sus gentes. La primera vez que visité Londres no tuve más remedio que buscar el inexistente número 221B de Baker Street donde tantas veces mi imaginación había ido a pedir consejo a Sherlock Holmes. En mi reciente viaje a Roma, Santiago Posteguillo, Rex Warner y Robert Graves me ayudaron a imaginarme el foro como fuera en la época de Escipión, en la de César y Octavio, en la de Claudio, en la de la dinastía Flavia, en la de Trajano y en la de Septimio Severo. Y cuando el trabajo me llevó a Moscú, no me resistí a pasear por la calle Arbat, donde Tolstoi colocó a la aristocracia de Guerra y Paz celebrando bailes y negando la ilustración (en francés), al tiempo que sus súbditos se batían (en ruso) contra Bonaparte (la versión reducida en formato musical nos la cede Tchaikovsky sometiendo a la Marsellesa en la Obertura 1812). Venecia es carnaval, es la tempestad de Juan Manuel de Prada en el que nos habla de otra tempestad, el cuadro de Giorgione, mientras pasea por sus puentes y navega por sus canales, el provocador maridaje cultural entre letras, arte y viajes que le valió un premio planeta. Sinergias. Nueva York fue el cine y no la literatura el que me inspiró muchos de los paseos por sus calles antes de vivir allí. A posteriori he recorrido sus calles con Paul Aster, Scott Fitzgerald, Edward Rutherfurd (regalo de despedida de mis amigos neoyorkinos) o Eric González (gracias Fran), pero es una ciudad que respira e inspira séptimo arte y la última prueba de ello es el enésimo lugar de culto de los turistas cinéfilos que visitan Nueva York, la escalera del Bronx que ha puesto de moda Jocker.
María Dueñas
Aunque tras algún viaje o libro me he animado a tomar algunas notas, soy lego en turismo o letras así que nunca me he atrevido a darles forma de artículo, guía de viajes o crítica literaria. Sin embargo, cuando empecé a leer Las hijas del Capitán de María Dueñas, encontré los suficientes puntos de conexión entre la novela, los rincones de una ciudad que conozco bien y mi propia experiencia, aderezado con el punto interesante de comparar el paso de 80 años entre la ciudad que estoy leyendo y la que tuve la oportunidad de vivir, para hacer un artículo que combinase eso, guía de viajes y opinión literaria.

Antes de hablar de la novela y de la ciudad, cabe destacar que pocos autores como María Dueñas (uno de los escritores contemporáneos españoles junto con Pérez Reverte más llevados a la pantalla), me sirven para mezclar viajes, historia y literatura. Sus novelas podrían pasar por una guía lonely planet novelada de un tiempo pasado. El Nueva York de la gran depresión de Las Hijas del Capitán, el nido de víboras que eran dos ciudades como Tetuán y Lisboa en plena guerra civil española de El tiempo entre costuras o el olor a azúcar, tabaco y café de la Habana y a vino del Jerez del siglo XIX de La templanza. Sus libros podrán gustar más o menos, pero si por algo destaca esta autora es en hacerte viajar al tiempo y lugar en que transcurren sus novelas.
Las hijas del Capitán
El libro cuenta la historia de tres hermanas malagueñas y su madre, que emigran a Nueva York en 1936, arrastradas por los sueños de prosperidad de un padre que muere al poco de llegar ellas y que sólo les deja en herencia una escasamente rentable casa de comidas y un buen puñado de deudas. En su lucha por salir adelante se centra la trama de una novela que me ha gustado en parte, pero que tiene ingredientes muy interesantes.
Como ya he citado, la ambientación me parece excelente, se describe con mucho detalle cómo era el micro-mundo de la colonia de Little Spain en Nueva York y la vida de los que la poblaban, haciendo un esfuerzo tremendo por mantener sus costumbres y su forma de vida a 5700 kilómetros de distancia de su casa. La trama de la novela es bastante entretenida (aunque creo que se va desinflando con el paso de las páginas) y se lee muy fácil. Está hecha para eso, para ser best seller (sin ningún matiz despectivo), y por eso encontramos un lenguaje cinematográfico, capítulos muy cortos y mucha acción (con acción no me refiero a persecuciones y explosiones, sino a que ocurren muchas cosas en todas las páginas). De hecho, una de las cosas que a mi menos me gustan del libro es precisamente que ese exceso de acción hace que no se profundice en otros aspectos que para mí hubieran sido interesantes, como el aspecto emocional de unos personajes sometidos a muchas dificultades, tensiones, frustraciones, sorpresa ante una ciudad tan diferente a su mundo y disgustos; o como el contexto político preguerra civil que, aunque se cita en un par de ocasiones, estoy seguro que estaba mucho más presente entre las conversaciones diarias de los inmigrantes españoles de la colonia de lo que se refleja en el libro.
Los personajes femeninos (protagonistas indiscutibles de las novelas), a pesar de que se pase muy de soslayo por su aspecto emocional, creo que están bien cuidados. Sin llegar a ser redondos a mi juicio (ya que acusan un excesivo maniqueísmo propio del mercado al que va dirigido el libro), se diferencian claramente sus variadas personalidades, que los llevan por diversos caminos que a su vez sirven para introducir pinceladas de la ciudad mezcladas con contrastes de la época (diferencia de clases, papel de la mujer, etc.) entre dos culturas distintas, la española y la neoyorkina. Los personajes masculinos (más secundarios) tienen menos profundidad y creo que a veces la autora cae en una excesiva simplificación y ridiculización, llegando al esperpento en la escena de la masturbación del oficinista (y no es que me haya dado un brote de pudor católico (se pueden escribir muy buenas pajas literarias, véase a Philip Roth), pero es que da la impresión que el pasaje está metido solamente para hacer el chascarrillo, sin una función concreta dentro de la trama o la descripción).
Los inmigrantes
El libro es un homenaje a los inmigrantes españoles que, durante buena parte del siglo XX buscaron el pan que se les negaba en España, en otros países donde había más oportunidades. El primer paralelismo que me llamó la atención es que, al igual que las protagonistas, yo había sido inmigrante en Nueva York. Pero me bastaron un par de párrafos para darme cuenta de que la comparación era ridícula. La inmigración española a principios de siglo XX a EEUU o Argentina, o en los años 60 a Alemania, no tiene ninguna comparación posible con la que muchos jóvenes hemos vivido en estos últimos años a EEUU, Reino Unido o la propia Alemania. De hecho, a nuestra experiencia fuera se le buscó un nuevo nombre para que no nos sintiéramos agredidos con una palabra que por desgracia cada vez tiene más apreciaciones negativas en la sociedad de la posverdad trumpiana. A muchos de nosotros no nos llamaban inmigrantes, sino expatriados. Y aunque signifique lo mismo, es cierto que yo me fui a EEUU con un buen sueldo, un apartamento previamente buscado en el barrio hípster de Brooklyn, Google map en el bolsillo, un billete de vuelta y mi presentación al grupo de Facebook de españoles en Nueva York para tener con quien tomarme una cerveza los primeros días. Tengo otros amigos que se han ido a fregar platos sin conocer el idioma y han tenido una situación más precaria hasta conseguir establecerse, pero está claro que sigue sin tener nada que ver. Las hijas del capitán, inmigrantes españolas en el EEUU de la gran depresión se parecen mucho más a la inmigración subsahariana que nosotros recibimos actualmente, personas que van a otro país con más oportunidades a ganarse la vida, que no tienen ni puta idea de lo que se van a encontrar cuando lleguen y que son tratados con recelo (sino odio) como ciudadanos de segunda o de tercera, viéndose obligados a realizar los trabajos que, ni los españoles de ahora ni los americanos de entonces, queremos, para pagar una habitación compartida con algunos otros compatriotas.
La llegada incesante de inmigrantes a Nueva York durante los últimos dos siglos queda patente en su actual crisol de nacionalidades, culturas y religiones. El siguiente fragmento del libro destaca esa seña de identidad de la ciudad.
“Pero Nueva York tardaría poco en despertarse, en breve siete millones de seres humanos abrirían los ojos y se pondrían en pie. Más de una tercera parte eran gentes llegadas de otros mundos, nacidas en tierras distantes en las que se hablaban otras lenguas y la vida se percibía de una manera distinta. El hambre, la incertidumbre, las guerras, los anhelos e inquietudes los arrastraron a aquel nuevo mundo y ahora formaban parte imprescindible del tejido de la ciudad. Desde los primeros holandeses que arribaron en esas costas llamándolas <<Nieuw Amsterdam>>, hasta las hermanas Arenas llegadas desde el sur de la vieja España, Nueva York había sido a lo largo de los siglos un Imán. Ucranianos, franceses, polacos, cubanos, ingleses, albaneses, griegos, alemanes, noruegos, italianos, irlandeses, argentinos, salvadoreños…Todos habían tenido cabida y, con su esfuerzo diario, todos habían aportado su granito de arena para que la ciudad siguiera funcionando engrasada”.
Lo primero que aprendes cuando pisas Nueva York y empiezas a interactuar con sus gentes, es que no es una ciudad de EEUU, sino que es la mejor representación posible de aldea global. Es muy curioso la primera vez que te montas en el metro y en un solo vagón te encuentras a un rastafari en traje, a un judío ortodoxo con sus payot y sus sombreros shtreimels, a un sij con turbante, asiáticos con multitud de rasgos reflejando distintas nacionalidades, etc.
El choque de la concepción que se ha tenido tradicionalmente en EEUU del inmigrante con la situación que están viviendo hoy en día me hace enlazar este fragmento con un artículo del 4 de febrero de 2019 del Newyorker en el que el autor (Eric Alterman) decía:
Republicans, for the past few decades, have depended on Americans’ inability to make sense of history in judging their policies. How else to explain the fact that, under Trump, they have succeeded in turning legal immigration into the excuse for all the country’s ills, when any clear historical analysis would demonstrate that it has been the fount of the lion’s share of America’s innovation, creativity, and economic production?
Lo traduzco: “los conservadores, durante las últimas décadas, han dependido de la incapacidad de los americanos de utilizar la historia para juzgar sus políticas. ¿De qué otra manera explicar el hecho de que, bajo el gobierno de Trump, han tenido éxito en convertir la inmigración en la causa de todos los problemas del país, cuando cualquier análisis histórico demostraría que en realidad lo que ha sido es la principal causa de la innovación, creatividad y productividad americana?”

El Choque urbano-rural
Otro de los temas que se ven dibujados en el libro a través de Doña Remedios (la madre de las hijas del Capitán) es la impersonalidad y la ausencia del sentido de comunidad de la gran ciudad moderna en contraposición con los pueblos o los barrios de las ciudades españolas de la época. Hecho que refleja Chueca Goitia en su libro breve historia del urbanismo criticando la pérdida del ágora, la calle o la plaza pública como catalizador de las relaciones vecinales en la ciudad moderna. El fragmento siguiente es una muestra de un tema que está presente constantemente en la trama:
“Al menos antes, cada vez que alguna se descarriaba, siempre había alguien que con mejor o peor intención la ponía sobre aviso. Las vecinas, la familia, las comadres de Mama Pepa, alguna chismosa en cualquier esquina del barrio o el primer correveidile que pasaba por su puerta. No te descuides, Remedios, le advertían, que a la grande la anda rondando un señorito conaire de frescales; ándate con ojo, mujer, que a la mediana la han visto por ahí muy suelta… Pero nada es lo mismo en esta jodida ciudad, se lamentó agria, a viva voz en medio de la calle. Aquí cada cual va a lo suyo y nadie te viene con avisos ni consejos.”
En este sentido (y sin caer en la defensa de la rumorología ni del cotilleo, germen de la revolución cognitiva del ser humano según Yuval Noah Harari en su obra maestra, Sapiens), el nuevo urbanismo de puertas hacia dentro en ciudades o hiper concentradas o hiper dispersas, junto a la tendencia individualista de la sociedad actual, está destruyendo los lazos vecinales. Deberíamos buscar formas de reconstruirlos, quizás diferentes a como los conocíamos hasta ahora, pues están en la base de nuestra cultura más primaria.
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