Me gusta pensar que somos un cuerpo material, una mente pensante y unas emociones, pero que sobre todo somos palabras. Porque las palabras son las que nos definen, las que definen el mundo que nos rodea, con las que peleamos la vida y nos enfrentamos en una lucha desigual con monstros que casi nunca dan la cara. Conformamos los espacios que amamos y que nos dan seguridad con palabras que sujeten con fuerza aquello que se nos ha vuelto necesario para vivir. Hablamos y hablamos, casi siempre para decir poco o nada, y otras para buscar como locos esas mismas palabras que nos permitan expresar lo que sentimos y apenas podemos explicar. Para decir te echo de menos, te quiero, te necesito, hace falta más valor que para matar el tiempo que devora nuestra vida sin misericordia.
Hablar es una facultad humana que algunos han perfeccionado muy bien, es la herramienta preferida del predicador, del político y del vende humos, aunque también lo es del poeta y del filosofo, del rebelde y del soñador que aun cree que otro mundo es posible. La palabra que nos hace humanos es la misma que deshumaniza cuando se utiliza en nuestra contra, la que te salva es la misma que la que te condena, la misma palabra que cura hiere, más hondo a veces que cualquier arma, que cualquier golpe de rabia o miedo.
Por eso asusta en los tiempos que corren como la gente suele hablar como si las palabras no tuviesen un costo, como si decir lo primero que se te ocurra nada más que para quedar como el más chulo de tu clase saliera gratis. Basta pisar la calle, un bar, en tu trabajo, o encender una televisión para darte cuenta de la cantidad de mierda que algunos se empeñan en escupir de sus bocas y que quieren hacer pasar por verdades. Y acaba ocurriendo que escuchas a la gente repetir ideas y consignas que ni siquiera se pararon a reflexionar un segundo, utilizando palabras que desconocen como si fueran muros tras los que parapetarse para no tener que pensar por si mismos.
Entonces aquellas hermosas palabras creadas por todos nosotros, aun en distintas lenguas, se vuelven oscuras y ajadas de tanto manoseo interesado.
Y así el ateo insulta a los creyentes, el provinciano a los de capital, y las derechas y las izquierdas se ponen gruesos utilizando términos que acaban pareciendo insultos. Es entonces cuando uno echa de menos el silencio. Porque la palabra, o lo que es lo mismo, nosotros, vivimos del silencio, es el silencio nuestra madre, la simiente de la palabra, el suelo nutricio que permite que crezca, que llegue a ser lo que es, nosotros mismos.
Deberíamos tomar conciencia de que nuestras palabras tienen el mismo valor que nuestras vidas, porque ellas son las que nos dan rango de hombres, ellas son las que pueden construir lo que soñamos o amamos. Deberíamos aprender a usarlas como la maza y el cincel que esculpen el mármol de nuestras emociones, de nuestras ideas, de nuestros más insignificantes gestos, sin olvidar nunca que con ellas nos ligamos al resto de hombres y mujeres que habitan este planeta, y nadie merece ser herido o maltratado por palabras dichas sin conciencia.
Ahora que nos metemos de lleno en una festividad tan especial urge que pensemos un poquito más en como hablamos, en como utilizamos nuestras palabras para no seguir enrareciendo un aire que ya se encargan otros de asfixiar con palabras de desprecio u odio. Dejemos a los cobardes y los vendidos que se crean los dueños de las palabras, que las utilicen para mentir, para contarnos el cuento donde siempre hemos de tener miedo, para que retuerzan en su ignorancia el verbo del que jamás podrán sacar el jugo. Ellos no parecen entender que la palabra falsa y dicha en emboscada solo les convierte en bandidos, en mala gente de la que huir para ponerse a salvo.
Hoy más que nunca hemos de estar vigilantes para no caer en sus tupidas redes, para aprender a distinguir la palabra de la antorcha, el puñal o la pistola.
Yo callo ya, me gusta el silencio que promete la palabra amiga, la palabra amada y cómplice, la palabra que esclarece y sana como el beso que se recibe sin pedirlo. Como dueño de mis palabras intento hacer mi vida con las más hermosas. Gracias por leerme.