
Desde la revolución y durante todo el mandato de Lenin el arte no sólo es considerablemente libre sino que entra en ebullición. Los artistas crean un nuevo arte de estilo modernista, algo que había rechazado la anterior clase aristocrática blanca. Aunque muchos artistas consagrados emigraría ya en esta época a occidente debido a la guerra civil, los integrantes de las vanguardias apoyaron la revolución, viéndola como una oportunidad para abrir la cultura a otros horizontes diferente al monopolio academista de la época anterior y para separar el arte y el estado. Artistas, escritores y cineastas como Kandinsky, Pável Filónov, Malévich, Chagal, Eisenstein o Vladímir Maiakovski disfrutaron de libertad artística y ocuparon puestos de responsabilidad en la dirección cultural durante estos primeros años, antes de tener que exiliarse o ser perseguidos, asesinados o simplemente silenciados con la contrarrevolución termidoriana de Stalin.
Yo: ¿Qué opinaba Trotsky?
Loro: Trotsky también criticaba duramente la política stalinista en “La revolución traicionada” donde definía la dramática situación del arte en estos términos: “La vida del arte soviético es una especie de martirologio. Después del artículo consigna de Pravda en contra del “formalismo”, se inicia entre los escritores, los pintores, los directores teatrales, y aun los cantantes de ópera, una epidemia de humillantes retractaciones. Uno tras otro se arrepienten de sus propios pecados del pasado, absteniéndose, por lo demás –por si acaso– de precisar lo que es el “formalismo”. […] Los juicios literarios se revisan en unas cuantas semanas, los manuales son corregidos. Las calles cambian de nombre y se levantan monumentos porque Stalin ha hecho una observación elogiosa sobre Maiakovsky. La impresión que una ópera produce a los altos dignatarios se transforma en una directiva para los compositores”.
Yo: ¿la URSS es el primer país que se preocupa por el arte de esa forma?
Loro: La censura del arte y el asesinato de artistas rebeldes no ha sido monopolio de Stalin. En la historia encontramos ejemplos de uno y otro. En la antigüedad clásica, Sócrates fue obligado por un tribunal ateniense a beber cicuta por criticar la tiranía de Critias (aunque realmente la acusación era por pervertir a la juventud, algo parecido a lo que le pasa a Julian Assange en la actualidad), Ovidio fue desterrado por Augusto, y Séneca condenado a muerte por tres emperadores romanos: Calígula, Claudio y Nerón. ¡Cómo sería su oratoria para sobrevivir a dos de ellos! El Cristianismo fue el gran censor de la Edad Media, desde el emperador Teodosio que ordenó quemar todos los escritos de los enemigos de la nueva religión oficial, hasta la prohibición de la traducción de la Biblia a idiomas vernáculos para que la única interpretación posible fuera la institucional, que sería una de las razones del surgimiento del protestantismo. ¡los pontífices siempre a la vanguardia de los tiempos!

En el siglo XX encontramos ejemplos en el asesinato de García Lorca por el franquismo, en la famosa noche de quema de libros prohibidos del régimen Nazi (entre los autores que pasaron por el fuego encontramos judíos como Einstein o Freud y críticos del fascismo como Thomas Man o Hemingway), en el asesinato de Victor Jara por los golpistas de Pinochet, en la prohibición del carnaval en la España franquista, en la lista negra de McCarthy.
Yo: Vi una película sobre la lista negra muy interesante, Trumbo. En ella se explica el ostracismo que vivieron grandes guionistas como el propio Dalton Trumbo en los años 50 por su ideología de izquierdas, alguno de los cuales llegaría a suicidarse.
Loro: Efectivamente. La purga se dio a ambos lados del telón. Aunque yo hubiera cogido a Willy Toledo para el papel de Trumbo, creo que se hubiera metido en el papel mejor que Bryan Cranston.
Yo:En la película Novecento de Bertolucci también vemos una escena donde la policía censura al arte, impidendo la representación de unos titiriteros que instaban a la huelga general.
Loro: ¿Eso no pasó hace un par de años en Madrid?
Yo: La película es del 76.
Loro: Me habré confundido. Otro caso parecido se dio el año pasado en Valencia, cuando un grupo de “constitucionalistas” interrumpió la emisión de “Cuando acabe la guerra” de Amenábar.
Yo: Te vuelves a equivocar. Eso ocurrió en 1930 en Alemania. Goebbels, que después sería ministro de propaganda de Hitler, acompañado de un grupo de camisas pardas, interrumpió la película “Sin novedad en el frente occidental”. ¿Cómo va a ocurrir eso en el siglo XXI?
Loro: No doy una.
Yo: Pero nos estamos desviando de la novela. En el segundo capítulo vemos un cambio en la forma de relación entre arte y poder. Han pasado los años duros de Stalin y con todo sospechoso de disidente muerto o encarcelado, el líder Soviético decide utilizar el arte en su favor. El poder manda a Shostakovich a la conferencia de Paz de Nueva York como uno de sus representantes y lo obliga a dar un discurso denostando al que para él era el mejor compositor del siglo XX, su compatriota Stravinski, exiliado en EEUU.
Loro: El propio Krushev, tras la muerte de Stalin criticó duramente su postura artística en tiempos de lo que él mismo llamó el culto a la personalidad. Esta utilización de la fama del músico en beneficio de la propaganda se ve aún más claramente en el tercer capítulo, cuando Nikita Krushev lo nombra director de la Unión de Compositores y lo hace afiliarse al partido. Con Krushchev en el poder, esta relación es mucho más relajada. La censura sigue existiendo, pero se liberan artistas de los gulags y la utilización del arte por el poder pasa a ser una petición y no una orden.
Yo: Bueno, tras 30 años de terror, a los escritores y músicos a lo mejor se les había olvidado como ser asertivos. En el libro aparece algún fragmento en el que Shostakovich se siente culpable por no mostrar valentía en esos momentos (“las conversaciones con el poder se volvieron más peligrosas para el alma. Antes habían puesto a prueba la magnitud de su valor; ahora sondeaban la magnitud de su cobardía”). ¿Cuál era entonces la visión común de la URSS sobre el arte?
Loro: Aunque de muy distinta manera, todos los líderes soviéticos estaban de acuerdo en que la cultura era muy importante para la formación del pueblo y por eso debía ser subvencionada por el Estado. El pueblo necesitaba una formación básica para entender el arte y el arte subvencionado (o permitido, según de quien hablemos) debía acercarse a lo que todo el pueblo pudiese comprender, un tipo de música, pintura y literatura derivadas del folclore con sentimiento nacionalista que ayudara a crear nuevos mitos fundacionales, alejados de los símbolos de la Rusia Zarista, de Pedro y Catalina.
Yo: Ahora que lo pienso, esa idea se refleja en una película polaca maravillosa de 2018, Cold War de Pawlikowski, en la que el protagonista crea una academia para jóvenes cantantes y bailarines que representan la esencia del folclore nacional. La película está llena de detalles que reflejan la relación del arte y el poder: la progresiva apropiación de las músicas del pueblo por parte del Gobierno a fin de ponerlas al servicio de la propaganda oficial, el retrato de Shostakovich presidiendo el despacho del comisario político polaco cuando ya en tiempos de Krushev se ha convertido en el músico oficial de la URSS, etc.
Loro: Shostakovich estaba empeñado en componer música trágica, que reflejaba su estado de ánimo y su angustia, cuando Stalin declaraba que vivía un tiempo feliz. Lo acusaron de formalismo. Sin embargo, en la quinta y la sexta sinfonías compuso música optimista y conectada a los símbolos del régimen, aunque algunos dicen que en realidad la obra es irónica y hay oculta una crítica a Stalin.
Yo: Me cuesta captar el sarcasmo cuando la gente bromea como para captar la ironía en la música. La única crítica que puedo hacer de una obra musical es me gusta o no me gusta. No me pidas más.
Loro: A Barnes le pasa lo mismo.
Yo: Volvamos a la literatura que me siento más cómodo. ¿En qué otros momentos históricos vemos la utilización propagandística del arte por el poder?
Loro: Tenemos un claro ejemplo en la creación de los mitos fundacionales del imperio romano, cuando Mecenas encarga a Virgilio la Eneida para hacer la pelota a Octavio. La obra de Virgilio serviría para ligar el poder de los emperadores a la estirpe de los héroes de la Guerra de Troya, justificando la legitimidad semidivina de su gobierno. Una función parecida desempeñaría el pintor Jacques Louis David para la revolución francesa con cuadros como El juramento del Juego de Pelota y más tarde para Napoleón (Napoleón cruzando los Alpes). También sería encarcelado en tiempos del Directorio.

Yo: Pues como Shostakovich, que fue utilizado y censurado por el poder a partes iguales.
Loro: En la fundación de EEUU vemos en la utilización del arte un claro paralelismo de construcción de los mitos fundacionales con lo que sería la Eneida para Roma. Los peregrinos del Myflower se identifican con Eneas huyendo de Troya y George Washington es el Cesar Americano (el cuadro del general cruzando el río Delawere de Emanuel Leutze es una clara referencia a Cesar cruzando el Rubicón). Walt Whitman jugaría este papel desde la literatura promoviendo la creación del concepto de mesianismo del pueblo americano que tantas guerras en el exterior ha servido para justificar. Pero si hay un tipo de arte que ha servido para promocionar las ideas surgidas de la Casa Blanca y el Pentágono, ese ha sido el séptimo.
Yo: Bueno, en eso se parece entonces a la URSS. Lenin dijo que, puesto que el arte pertenecía al pueblo, el cine era mucho más valioso que la ópera para el gobierno soviético. No he visto ninguna película rusa pero se me ocurren algunas americanas que se ensalza el patriotismo estadounidense, como el patriota, el francotirador, 13 días, Rocky IV, etc.
Loro: No sólo la idea de gran nación sino también los valores capitalistas y del american way of life. En “en busca de la felicidad” sólo falta para completar el sueño americano que Will Smith se tomara el café con una taza de Mr. Wonderful.
Yo: Supongo que durante la guerra fría sería aún peor ¿no?
Loro: Desde luego. Hollywood nos ha hecho creer que el día D, con el desembarco del tío Sam en Normandía, fue el punto de inflexión que salvó a occidente del nazismo, ignorando al millón y medio de muertos de Stalingrado. Washington tenía departamentos específicos para introducir sus valores en películas, al principio de una manera completamente explícita con títulos como “Cita a las once” o “The Red Menace”. Pero después de una manera mucho más sutil con la inserción de imágenes y diálogos favorables a las tesis y los valores del mundo occidental. Lo dijo el propio presidente de EEUU Dwight D. Eisenhower: “Nuestro objetivo en la guerra fría no es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando, por medios pacíficos, que el mundo crea la verdad. (…) A los medios que vamos a emplear para extender esta verdad se les suele llamar ‘guerra psicológica’. Es la lucha por ganar las mentes y las voluntades de los hombres”. La CIA ayudó a financiar y distribuir por todo el mundo la adaptación en dibujos animados del clásico de Orwell Rebelión en la granja y propuso a las principales figuras del cine del momento, como John Ford o John Wayne, que sus películas contuvieran un mensaje en defensa del mundo libre y contra la tiranía comunista. Pero la guerra fría cultural no se limitaría al cine. Incluso se sospecha que la CIA financió ediciones de libros cuyo contenido se consideraba afín, como Un yanqui en la corte del rey Arturo o Doctor Zhivago y que hizo campaña para que no le dieran el Nobel a Pablo Neruda. Toda esta guerra fría cultural ha hecho que en occidente se identifique al comunismo sólo con el peor momento de Stalin.
