Yo: También se dibuja en el libro la relación del poder con el arte que sirve para criticarlo. Shostakovich hace en la novela una clara diferencia entre denunciar el poder desde fuera (como Stravinski) y lo que le piden a él que haga (denunciarlo desde dentro): “querían tu sangre. Querían mártires para demostrar la maldad del régimen. Pero el mártir tenías que ser tú, no ellos. Querían que el artista fuera un gladiador que luchaba en público contra fieras y cuya sangre manchaba la arena. Todo el mundo había querido de él más de lo que podía dar. Pero lo único que él siempre había querido darles era música. Ojalá las cosas fueran tan sencillas”
Loro: Bueno, ya hemos visto que criticar el poder desde dentro suele tener consecuencias. También lo vivió Emile Zola, quien tuvo que exiliarse de Francia después de su artículo “J’accuse…!” en el que denunciaba el caso Dreyfus.

Yo: Esa historia se cuenta en la novela an officer and a Spy de Robert Harris. Polanski la lleva al cine en 2020.
Loro: El Carnaval de Cádiz y los cineastas Michael Moore y Oliver Stone son otro magnífico ejemplo de crítica al poder desde dentro. Y el Guernica de Picasso es la representación artística pacifista y antifascista más conocida.
Yo: Bueno, también hay otro fragmento del libro en el que Shostakovich menciona a Picasso. Lo acusa de defender a Stalin desde su residencia burguesa en París. “¡Qué fácil era ser comunista cuando no vivías bajo el comunismo! Picasso se había pasado la vida pintando sus mierdas y aclamando al poder soviético. Pero Dios no quiera que cualquier pobre artistilla sometido a la férula soviética intente pintar como Picasso. Era libre de decir la verdad: ¿por qué no lo hizo en nombre de quienes no podían? En vez de eso, vivía como un hombre rico en París y en el sur de Francia pintando una y otra vez su repugnante paloma de la paz. Él aborrecía aquella puñetera paloma. Y aborrecía la esclavitud de las ideas tanto como la esclavitud física.”
Loro: Dejémoslo para otro día, que el Tato está cerrando el bar.
Yo: La gran genialidad de Barnes, no sólo con el ruido del tiempo, es que su obra es un torbellino de inteligentísimas reflexiones filosóficas y artísticas. Nos hemos dejado en el tintero ideas tan interesantes como su guiño a la visión tolstoyana de la historia (“nada comienza nunca de manera tan concreta. Empezaba en diferentes lugares y en mentes diferentes”), su referencia a que el genio y el mal son incompatibles (me encantaría rebatir esa afirmación con ejemplos como el de Polanski, Caravaggio o Kevin Spacey), la relación del poder con Wagner (desde la óptica de Berlín y de Moscú), el choque del comunismo y del capitalismo cuando Shostakovich viaja a Nueva York (“¿Y qué esperaba de América? No, desde luego, capitalistas de caricatura con sombreros de copa y chalecos de barras y estrellas desfilando por la quinta avenida y pisoteando al proletariado famélico”), el miedo en todos sus aspectos, etc. La obra de Barnes es una sucesión infinita de insinuaciones y frases ingeniosas, cada una de las cuales darían para empezar un libro o realizar una crítica tan larga como ésta.
Loro: Recuerda que, dice Geoffrey Braithwaite, el narrado ficticio de Barnes en el “loro de Flaubert” que Flaubert detesta a los críticos porque son autores frustrados.
Yo: afortunadamente esta crítica no la firmo yo,
sino Charly Parker o el bisnieto de cuerpo verde y garganta roja del loro de
Flaubert.