Lolo es mi amigo, amigos de los que ya no quedan, yo diría que es como un hermano, o quizá la palabra que defina a Lolo todavía no se ha creado, pero Lolo y yo somos, como dice mi madre, uña y carne.
Lolo no ha tenido mucha suerte en la vida, aunque no se queja, dice que cada uno tiene lo que la vida le da, ni más, ni menos, y podemos hacer todo lo que deseemos, si hay actitud, hay más felicidad, pero yo sé de buena tinta que Lolo no cree en la felicidad plena. A comienzos de enero quedamos para tomar café en un céntrico bar del pueblo. Nuestras quedadas no son muchas, pero son genuinas, y sobre todo, divertidas y en esta ocasión no podía ser menos. Lolo me contaba que estaba muy contento, al comenzar el año le dijeron que le habían renovado el contrato y que lo había hecho fijo en la panadería donde trabaja, porque no os lo he contado, pero el Lolo es panadero desde hace unos años, aunque hasta hoy, el Lolo ha pasado por docenas de curritos mal pagados o en los que no le han dado una oportunidad de demostrar lo que realmente sabe.
Yo le mostré mi más sincera admiración y me sentía muy feliz por él, pero las buenas noticias no acababan ahí, me dijo, “¡quillo!, me he comprado un coche, el Ford Fiesta del abuelo ya no da para más”, y aunque la panadería está en el pueblo, Maite, su mujer es autónoma y acaba de abrir una cafetería en el pueblo vecino. De momento todo son pérdidas, pues se ha dejado el dinero en montar el negocio y necesitará unos años para recuperarse, eso sí, en ilusión no le gana nadie.
En febrero volví a quedar con Lolo, otro café, misma cafetería, y le vi en su cara un brillo especial, un brillo que era familiar, un brillo que había visto en alguna ocasión en mi rostro, y sin decirme nada, solo “Maite…” y le dije, “lo sé”, sí, Maite, después de casi diez años buscando un bebé, la naturaleza se ha aliado con ella y está en estado. Esa tarde, el café no pudo saber mejor, en plenos carnavales, y una nueva vida gestándose. Yo, que siempre había hablado de la mala suerte de Lolo, me sentía muy feliz porque la vida le estaba dando la oportunidad que siempre se había merecido.
En marzo hemos vuelto a quedar, la torre ya ha caído. El jefe de Lolo dice que al ser una panadería, no puede cerrar el negocio, pues vende productos de primera necesidad, pero también le ha dicho que las ventas han caído un 60%, no pueden hacer un ERTE, ni puede despedirlo, así que le ha dicho que lo va a mantener en plantilla, aunque solo irá a trabajar un par de horas al día, que es lo que hay, que si no le interesa, que ya sabe, Lolo, que entiende la situación, que mira al futuro y al bebé que viene de camino, se calla y asiente. Su mujer, autónoma, se ha hecho un ERTE así misma, ha tenido que cerrar la cafetería, el alquiler del local lo tiene que seguir pagando, tiene un contrato anual, tiene género en stock para los próximos 3 meses, pero ahora eso es lo de menos. Estamos a finales de marzo y todavía anda de papeleos en la gestoría de turno, que como no podía ser de otra manera, está hasta arriba de papeles, porque el Gobierno se ha limpiado las manos y han dejado caer todo el peso en ellas.
De la noche a la mañana, Lolo casi ha perdido el trabajo, su mujer ha visto roto su sueño de su negocio, una cafetería estilo irlandesa que había funcionado muy bien durante los dos meses que lleva abierta. Está embarazada, pero muy deprimida. La letra del coche tampoco se la han podido aplazar, al menos, no de momento, no pueden comprar nada para su futuro bebé y tienen un futuro incierto.
Lolo no es mi amigo, ni siquiera lo conozco, pero podría ser el tuyo, o tu hermano, o tu primo. La fragilidad de todo lo que nos rodea no se percibe con el día a día. Hoy es un virus, pero podría ser cualquier otra cosa. Disfruta cada segundo de tu vida.