¡Ya está! Ayer, día 11 de mayo, algunos negocios reabrieron sus puertas. En mi pueblo de adopción, en España y en el resto del mundo, ayer, despertaron de su letargo, tiendas de productos varios y comercios de distintos servicios. Y tengo la sensación, que tanto a nivel personal como profesional, es hora de efectuar un balance como el que, seguramente, efectúa el oso que sale de su guarida tras un largo invierno.
Simbólicamente hablando, el hecho de volver a abrir, el salir de nuevo, aunque sea aún con restricciones, no es un mero gesto. Hibernar no es invernar. Y no obstante, creo que acabamos de realizar ambos actos. Y esta vez, vez sin precedentes, no sabría decir si la oración debe escribirse en voz activa o pasiva. Realizamos un tiempo de hibernación, pausa, break o ¿nos fue impuesto? Una vez por todas, aunque nos cueste todavía admitirlo, hoy, el balance tiende a demostrar que la oración debe escribirse en voz pasiva. Sí o sí. Porque a pesar de nuestros o mis, si hablo con aún más humildad que la que se requirió a la humanidad entera, a pesar de mis rabietas, pataleando bajo mi escritorio al principio del confinamiento, al ver que mis lápices y mi maletín habían de quedarse en casa, a pesar de mis caprichos de niña no sumisa, tuve que parar. Y bajar la cabeza. Lentamente. Los movimientos del alma son lentos si son verdaderos, nos recuerda el padre de la psicología sistémica. Bajar la cabeza y aceptar la situación para finalmente agradecerla y honrarla.
Porque si soy sincera, hoy, es el momento de hacer balance. Y el balance no puede ser otro que un balance sistémico en su mirada global. Hay y habrá día tras día, balances en el ámbito económico, social, educativo, sanitario, político, medioambiental, pero el balance que verdaderamente hará que como humanos hayamos interiorizado algo, es únicamente sistémico en toda su totalidad, sí, pero empezando por la tarea de uno; porque todos somos uno o cómo queráis ilustrarlo.
Que hayamos estado confinados y que salgamos confitados, perdonen el juego de palabras en semejante momento, que hayamos estado teletrabajando estos meses, o que hayamos estado al pie de cañón como lo han estado los sanitarios y otros muchos gremios, no cambia el resultado de la jugada: todos, adultos y niños, salimos de este período de parón con una sensación de paréntesis y de extrañeza. A las pruebas me remito; aunque muchos quisieron dar a ver en sus historias de Facebook u otras redes, lindas imágenes movedizas a lo Harry Potter con filtros de cuentos de hadas, que su confinamiento era de lujo con puro y whisky añejo en mano o bailando reggaeton con copita de vino blanco del DIA para otros, la realidad volvía al galope. Y eso desde el día uno.
¡Sí! Hemos aprovechado para formarnos. Para conocer a la parienta, como se dice por estos lares, con quién se convive. Para descansar. Para pintar todo lo pintable en casa y en el negocio de uno. Para mirar a través de los ojos de nuestros hijos la vida pasar sin todos los privilegios, ni las parafernalias antiguamente conocidas y requeridas. Hijos que a final y al cabo son los que mejor se adaptaron a la hibernación forzada en plena primavera, luchando en paralelo con la frustración generada por la pérdida de diminutas, pero numerosas prerrogativas que en virtud de su suprema potestad, el pequeño soberano ejercía en la república independiente de su casa. Bendita frustración que permite crecer como nos enseñó Françoise Dolto.
Bendita frustración que permite el crecimiento; ¡volvemos a lo anterior! Esta etapa no será útil si no agachamos la cabeza frente a ella o aceptamos que lo que diga la vida, es lo que hay de manera grandiosa, aunque sea doloroso el proceso. Leí hace unos meses a alguien que escribió que lo que decida la vida es conformarse con lo que haya. Y es todo lo contrario a conformarse, si se me permite: en el hecho de conformarse, no hay rendimiento de nuestra persona frente a lo que vivimos. Hay adaptación. Rendirse para aceptar y honrar algo más grande no es adaptarse. Es ser pequeño. Es retomar su papel y primeramente incluso es retomar su lugar.
Por ello, hablaba antes de los niños como vencedores de esa etapa de recogimiento (prefiero nombrarla así antes que “batalla contra” un virus porque todo lo que excluyes se hace más fuerte y pertenezco a los que sospechan que este virus está aquí por algo, aunque sea sólo para que nos pongamos a reflexionar sobre nuestros sistemas erróneos de supervivencia) para la búsqueda de una solución, llámela vacuna si quieren, porque ellos fueron los más aptos a vivirlo con la filosofía adaptada, es decir estando en el presente. Disfrutando de sus familiares. Jugando. Descubriendo que es lo que mejor saben hacer si les dejamos el espacio vital para ello. Los que me conocéis, sabéis que no me gusta que se les dé diplomas del mejor “…” use el término más de moda que más le convenga aquí; no suelo ir a las graduaciones de índole americano, y me horroriza que les toquemos las palmas y les llamemos héroes. Infantilizar el infante y despojarle de sus responsabilidades nunca me ha parecido un camino válido. Aún así creo importante reconocerles su habilidad a decirles sí a la situación y vivirla en el Carpe Diem, rodeado de su gente y juguetes preciados.
Y me parece tan importante porque son ellos, los más pequeños, que salen más ilesos de la hibernación confinada, con un balance más equilibrado del sistema en el cual han evolucionado estos meses. A pesar de lo duro que ha sido para ellos el tener que estudiar en lugar de aprender. Pero eso, es otro tema y si lo miramos con modestia también será otro más que añadir a la lista de asuntos pendientes que revisar.
Tengo admiración excesiva por los niños o tal vez no sea nunca excesiva puesto que ellos son como las estrellas y nunca son demasiados. La admiración no puede ser entonces nunca excesiva si es vehiculada con amor. He aquí mi admiración por la capacidad de los niños que se junta a mi pudor, reconociendo los momentos de angustia y crisis que me asaltaron a veces durante el confinamiento. Miedo al futuro. A qué va a pasar. Y egoístamente pensando en los que uno ama y la probabilidad de que pueden enfermar. Dándose la mano, mi afecto por la infancia por un lado y la agnición de mi flaqueza emocional por otro se deleitan pensando en un beneficio de este intervalo:
Si Papá y Mamá han tenido tiempo en ese plazo de enseñar a sus hijos a usar la servilleta en lugar del mantel o a hablar de sus emociones en vez de excluirlas, quizás los niños que somos nosotros sin acabar de criar, podríamos intentar conservar todos los hermosos logros obtenidos en esos dos meses en cuestión de ecología, solidaridad, …pero eso sí…no queramos realizar grandes acciones a nivel mundial o incluso más humildemente nacional, empezemos por intentar conservar lo bonito y útil disfrutado en la familia. Con esto, ya el balance es más que positivo.