Hoy no me apetece compartir un artículo formal con vosotros ni tampoco más información de la que otros ya han difundido. Hoy deseo desahogarme y llorar mis penas con la familia. Vengo a hablaros de una crónica de una muerte anunciada y también de una derrota. No hace mucho pude comprobar que uno de nuestros símbolos más importantes le quedan unas pocas décadas de vida. Más allá del coronavirus, el desempleo y las jocosas peleas entre rojos, azules, verdes o morados la naturaleza sigue descomponiendo el patrimonio olvidado. Este también se muere y se pudre como los organismos vivos, y necesitan de nuestros cuidados para seguir perdurando en el tiempo. Pequeñas higueras e incluso un olivo pueblan el techo de su bóveda, conforme pase el tiempo sus raíces irán debilitando la estructura hasta que el día más inesperado todo colapse. Nuestra Morita aún no está muerta, pero si muy enferma de olvido y abandono. No entiende de propiedad pública o privada ni de politiqueos, solo entiende de ser útil o inútil. En manos de todo un pueblo está que la torre de la Morita siga viva para las próximas generaciones.