Año 2010, Madrid, un importante directivo de una empresa de aplicaciones móviles se acerca a mí y me extiende la mano para saludarme. En su pecho cuelga su credencial que confirmaba lo que ya sabía, se trataba de uno de los directivos de las aplicaciones de moda ese año.
Tras varios minutos de conversación no pudo evitar preguntarme mis orígenes y pude ver en su rostro el asombro y la incredulidad hacia mi respuesta: “Soy de Benalup-Casas Viejas, un pequeñito pueblo de la provincia de Cádiz”. Su sorpresa no venía porque no conociera el pueblo, al fin y al cabo, él era de Jerez de la Frontera, la ciudad más grande de la provincia. Su estupefacción venía porque precisamente era casi vecino mío, conocía Benalup-Casas Viejas de la manera que mucha gente lo conoce, un pueblo, pueblo, de pueblo, con gente de pueblo, con gente que solo se dedica a la agricultura y al ganado, a los pobres que están bajo el mandato de cuatro terratenientes. Tal fue su sorpresa que me lo tuvo que preguntar dos veces porque no acaba de creerse que una persona de “pueblo” pudiese estar en un lugar como aquél conversando de smartphones y aplicaciones móviles a su altura (y por momentos muy por encima). Y es que este señor no sabía que mi gente, durante mucho tiempo (quizás demasiado) fue en gran parte pobre, pero no tonta.
Desgraciadamente hemos sido discriminados en todos los ámbitos, alguna que otra sorpresa también se llevaron en mi época universitaria. Evidentemente ese concepto ha ido cambiando a lo largo de los años y de forma vertiginosa, aunque todavía queden muchos ignorantes que no son precisamente de “pueblo”.
Hoy día nadie se plantea la diferencia social entre los pueblos que nos rodean, creo que estamos a altura de casi cualquier pueblo de nuestro entorno, de hecho lo hemos demostrado cada vez que hemos tenido oportunidad, es más, diría que si Benalup-Casas Viejas, que tiene una corta vida, hubiese estado abierta al mundo al mismo tiempo que otras localidades vecinas, posiblemente estaríamos en una situación de ventaja difícil de calcular. Tras el letargo de la primera mitad del siglo XX y parte de la segunda, Benalup siempre se ha distinguido por su altura de miras, por saber mirar más allá de las fronteras físicas que se muestran ante nuestros ojos. Quizá no hemos sabido expresarlo, pero en nuestro carácter interior siempre ha existido un pueblo aventurero, que acoge con cariño a quienes desean formar parte de nosotros, hemos sido viajeros, emprendedores, artistas. Existe un movimiento artístico-cultural difícil de igualar en las mismas condiciones de habitantes por metro cuadrado; cantantes, escritores, pintores, diseñadores y un pueblo que mira al futuro viviendo y dejando vivir, que es casi más importante. Muchas localidades quisieran tener un Parque del Orgullo LGTBIQ+, porque un parque lo tiene cualquiera, pero los sentimientos de concordia, aceptación, y convivencia se escapan por la boca muy a menudo, sobretodo en época electoral, pero pocos lo convierten en hechos, y sí, el camino no ha acabado ni mucho menos, mas el movimiento se demuestra andando.
Sigamos remando, todavía no hemos alcanzado la orilla.