Dicen quienes se han encargado de gestionar la crisis sanitaria más importante de nuestras vidas que nos acercamos a la normalidad, que pronto recuperaremos todo aquello que quedó suspendido por un tiempo en beneficio de un bien mayor. Nada es más necesario en estos momentos, pero cuando machaconamente se nos repite la palabra normalidad, algo dentro de mi se revuelve, como si un viejo filósofo cínico jugase con mis tripas fingiendo buscar algo. La tan manida normalidad que nos venden es puro humo, juegos de artificio para hacernos creer lo que no soportaría el más ligero de los análisis. Son como esas vecinas amables detrás de su ventana que cuando te hablan de animales poco amistosos te dicen aquello de que si no les tienes miedo no te harán nada. Pero tú no estás tan seguro, y tienes miedo y no quieres moverte no sea que el animalito se mosquee.
Vamos a volver a la normalidad como si fuese algo a lo que deberíamos volver, como si la palabra normal encarnase una especie de cláusula en una póliza que nos promete que todo va a salir bien. Durante el confinamiento era recurrente oír cosas como que esta experiencia iba a servir para cambiar cosas, que nos transformaría para bien volviéndonos mejores personas, como por ensalmo. Nunca creí semejante milagro, dos meses no borran dos mil años de barbarie. Esto solo ha sido un toque de atención, vendrán más, pero todo cambio requiere atravesar un desierto. De lo que estoy seguro es de que aquello que tomamos como normal no lo es, y que más pronto que tarde deberíamos empezar a transformar esa normalidad en otra cosa más pegada a nuestra piel y a nuestras emociones.
Volveremos a ser seres normales que consumen y despilfarran amparados en una exacerbada individualidad, corrompidos por la prisa y enfermos de estrés, seguros de nuestras posesiones como si ellas nos aseguraran algún tipo de paraíso. Nuestra vida comenzará a girar de nuevo y con ella las excusas e ideas que nos tienen atrapados, porque siendo sinceros, nadie quiere abandonar la comodidad de una vida que apenas tiene sobresaltos, que no nos empuja y nos lleva al límite salvo en contadas ocasiones. No necesitamos héroes ni ejemplos a seguir, tampoco influencias o que nos dicten qué pensar o hacer según sople el viento. Quizás sea el momento de hacer comunidad, barrio, pueblo. Tal vez una nueva normalidad debería imponerse, una en la que nuestros ancianos, la sal de esta tierra, no deberían ser abandonados a su suerte sin el amparo de su comunidad.
Bienvenidos de nuevo y buen viaje a los que marcharon.