Una calurosa tarde del 18 de agosto de 1947 el cielo de la bahía de Cádiz se enrojeció y un ruido ensordecedor enmudeció a gran parte de la provincia. La detonación de aproximadamente 200 toneladas de trinitrotolueno procedente de uno de los polvorines de la armada junto al barrio de San Severiano había sumido a la ciudad de Cádiz en la catástrofe más absoluta. Según los datos oficiales este suceso dejó tras de sí más de 5.000 heridos y acabó con la vida de unas 150 personas, aunque los testimonios de los supervivientes afirmaran que la cifra pudo ser mucho mayor. La onda expansiva dejó prácticamente desolada la zona de extramuros, un total de 2.000 edificios resultaron dañados o prácticamente destruidos. Sin luz y sin agua durante días, el hedor a muerte impregno toda la ciudad mientras los gaditanos se afanaban por recomponer sus vidas deshechas. La generación más castigada del siglo XX calló, tragó y sin pedir explicaciones ni exigir responsabilidades siguió adelante. Cádiz una vez más resucitaría de entre los escombros y la desesperación.
No son pocos los que han retrocedido en el tiempo cuando han visto las imágenes de la explosión de Beirut. Las primeras investigaciones apuntan que el deficiente almacenaje de 3.000 toneladas de nitrato de amonio fue la principal causa de la catástrofe. A diferencia de Cádiz en 1947 la tecnología actual nos ha permitido visualizar con todo detalle la brutal explosión acaecida en el Líbano y sus posteriores consecuencias. Los datos por el momento contabilizan un total de 5.000 heridos, 150 muertos y 200.000 personas han perdido sus hogares. Las lágrimas del gobernador de Beirut han dado la vuelta al mundo, el insulto del general Varela a un ministro franquista resonó de generación en generación hasta formar parte de la cultura popular gaditana. De las miserias de la posguerra española a la pobreza de la actual crisis económica del Líbano, Cádiz y Beirut serán siempre hermanas de una misma tragedia.