La pandemia ha traído muchas cosas, la mayoría de ellas horribles. Vivimos una realidad distópica, no nos hemos vuelto mejores ni más bondadosos (a pesar del vaticinio que en esa línea hicieron los buenistas de turno) y estamos deseando quitarnos el bozal. Pero no todo es malo en estos días extraños. Por ejemplo, poder ver un partido de Champions a mediados de agosto, aunque el estadio esté vacío es infinitamente mejor que tragarse un amistoso de verano en un estadio de futbol americano en Tampa a las 3 de la mañana.
Sin embargo, las cosas empezaron de una manera desesperanzadora. En este mundo desnaturalizado, de leche sin lactosa, fruta sin fructosa y café descafeinado, tuve la oportunidad de ver un Madrid sin huevos. El COVID (yo le digo “el”, porque suena mejor, diga lo que diga la R.A.E. y los que dotan de género a cosas que no lo tienen en la naturaleza, como las mesas o los armarios) mató en una aciaga tarde-noche al espíritu de Juanito, que seguro que se revolvió en su tumba ante semejante espectáculo. Más allá de la derrota, que eso es lo de menos, el Real Madrid jugó con un nivel de intensidad nulo, sin dar la sensación de que se jugara nada, sin cometer faltas, sin presionar. De hecho, los goles se los metieron ellos solos prácticamente porque jugaban metidos en su portería pasándosela al portero. Esa misma noche cayó la Vecchia Signora pero lo hizo de forma más heroica que los blancos. Probablemente el último partido de CR7 con el status de primerísima espada del escalafón.
El siguiente en jugar, el FC Barcelona, derrotó y eliminó al Nápoles, haciendo lo que muchos estamos haciendo en estos momentos: vivir de las rentas pre-covid, pero normalmente eso no suele bastar cuando se afrontan nuevos gastos sin nuevos ingresos, pero no adelantemos acontecimientos.
Una vez jugados los partidos de vuelta que restaban, se pasó a la disputa de las ultimas rondas a partido único en Lisboa. Un formato que se me antoja muy atractivo y una alternativa genial para evitar la siempre injusta aritmética del valor doble de los goles en campo contrario.
Los primeros en salir al ruedo fueron el PSG y el Atalanta. Y de repente… sin esperarlo me enamoré. Me enamoré del Atalanta. Yo, que pensaba que pasados los cuarenta era imposible enamorarse, a no ser que te llames Enrique Ponce, y demuestres tu amor a las doncellas bailando como Michael Jackson. He de confesar que no conocía a ninguno de los miembros del once italiano, pero me deslumbraron. Gasperini, el “mister”, juega con un sistema muy atractivo, con una especie de 3-4-2-1 o algo así y haciendo una presión en individual en todo el campo realmente destacable y poco vista. En el PSG, según la prensa, Neymar hizo un partido maravilloso, pero a mi me pareció lo mismo de siempre: unos preliminares brillantes, pero gatillazo a la hora de meterla. Sin embargo, los amores de verano, ya se sabe, acaban de forma abrupta. Todo marchaba bien, con el Atalanta ganando hasta el minuto 89, y de repente, en un minuto todo cambió y el PSG remontó y se plantó en semifinales.
El siguiente partido parecía un mero trámite para muchos. El Atlético se enfrentaba al archiconocido Red Bull Leipzig y claro… eso estaba ganado antes de jugarlo. Los españoles, y los periodistas deportivos españoles son mucho de mirarse el ombligo y despreciar a los rivales foráneos cuando éstos son a priori inferiores. Y más cuando en el equipo teutón no podían contar con su jugador más conocido: Timo Werner, ya que había sido traspasado al Chelsea durante el parón. Pero, bien sabe Simeone que hay que jugar partido a partido y, en esta ocasión los colchoneros no lo hicieron y pensaban en el PSG antes de haber vencido a su rival en cuartos. El Leipzig fue superior a un Atlético muy simplón, demasiado directo y bastante predecible. Tan solo la salida de su joven (y cara) estrella portuguesa aportó un soplo de aire fresco, pero no fue suficiente. Y al final del encuentro, ver a Oblak subiendo a rematar en un córner me recordaba a cuando te levantas a las 4 la madrugada previa a un examen de química cuando ya no sirve de nada lo que hagas y vas a suspender igualmente. Primera cura de humildad para el siempre autocomplaciente aficionado patrio.
Y después de eso, el diluvio. Niños contra hombres. A pesar de que los ofendiditos comentaristas en el prepartido no entendían que se osara a comparar el rendimiento de Lewandoski con el de Messi, en el ambiente se olía a Napalm antes siquiera de que despegaran los aviones desde el portaaviones muniqués. Y es que… hay algo que nunca miente. ¿Un niño? ¿Un borracho? No, el dinero. El dinero nunca miente y antes del partido las casas de apuestas daban 3.40 por la victoria del Barcelona, lo cual por lo visto es muchísimo. Yo no apuesto, nunca, jamás, pero un amigo de un amigo de un conocido, me ha comentado que eso era muchísimo. Y el bombardeo fue mucho más de lo que ninguno podía esperar. 8 a 2. Lo más parecido a Hiroshima en términos futbolísticos que nadie podía esperar. El Bayern fue superior a un nivel estratosférico y cualquiera que hubiese visto algo de Bundesliga lo podía intuir. El Bayern Munich tiene de todo, como la tienda aquella de barrio que igual tenían chicles, una libreta o pilas. Por tener, tienen por ejemplo a Kimmich, el (casi) último centrador del futbol moderno. Una rara avis que centra bien en un juego en el que apenas nadie centra ya. Recordar ese fútbol en el que los extremos centraban y los delanteros remataban me provoca una sensación cercana al orgasmo, pero seguro que hay una explicación freudiana a todo esto, ya que probablemente lo retrotrae a uno a cuando tenía 13 o 14 años y ya se sabe que con esa edad, se pasa uno el día entero eyaculando.
Dicho esto, a pesar del 8-2 el Barcelona lo intentó y el esfuerzo de Suárez por ejemplo fue encomiable. Un Suárez que tiene mucho de Juanito por cierto. En lo bueno y en lo malo y que corre cojo y corriendo cojo se enfrentaba (o lo intentaba) a Davies en carrera, a pesar de que este último sea capaz de correr los 100 metros en menos de 11 segundos.
La hecatombe se podia haber evitado. Bastaba con no haber echado a Valverde. Incluso de haber sido eliminados, no habría sido así desde luego. Setién siempre ha pecado en todos los clubes que ha entrenado de lo mismo: flaqueza en lo defensivo. Esto daba lugar a muchos partidos en los que sus equipos, ya fuese la Unión Deportiva Las Palmas o el Betis, quedaban 4 a 5. Y a veces el del 4 era el rival y a veces era el equipo entrenado por Setién.
Como bien dijo Piqué en la entrevista tras final el partido, muchas cosas se han roto tras esta derrota histórica. Quizás más de las que imaginemos. Quizás una de ellas sea precisamente el tándem Setien – Sarabia. Nunca he entendido muy bien esta pareja. Básicamente, muchas veces era como si fuesen Wham! y Sarabia (es decir, Andrew Ridgeley) quisiera cantar en lugar de dejar que lo hiciera George Michael.
Y bueno… llegados a este punto, y tras la eliminación de todos los representantes españoles, muchos dejarían de ver los siguientes partidos, igual que se deja de ver la Eurocopa o el mundial cuando eliminan a la selección española. Para los que siguieron viéndolos y para los que no, a continuación cuento lo que sucedió a continuación.
Para empezar, en la eliminatoria restante de cuartos, se vieron dos cosas: por un lado que el tiki-taka “guardiolés” ha pasado de moda o como mínimo necesita una update de esas que hoy se le hacen a todo y por otra quedó más patente aún la poca garra que puso el Real Madrid contra el City, ya que al Lyon, tan sólo con un portero decente (y de estos palomiteros que ya no abundan y tanto gusta ver de vez en cuando) y un puñado de jugadores de raza negra con un físico portentoso le bastó para eliminar al equipo de Manchester, poniendo de manifiesto un año más que no bastan los petrodólares para ganar títulos.
En los dos días siguientes, siguió habiendo futbol, en este caso las semifinales de Europa League, en las cuales el Sevilla FC, con un juego exquisito, derrotó al Manchester United y el Inter aplastó al Shaktar. Tanto los sevillanos como los italianos desplegaron un juego de mayor nivel que muchos de los participantes en la otrora llamada Copa de Europa (yo la sigo llamando así en la intimidad).
Siguiendo el orden cronológico, las dos semifinales de Champions no dejaron sitio a la sorpresa y tanto PSG como Bayern pasaron por encima de Leipzig y Lyon sin gran dificultad, destacando especialmente Di María en el cuadro parisino y Gnabry en el teutón.
Y con todo esto, quedaban los dos platos fuertes, las finales. En primer lugar, Inter y Sevilla disputaron uno de los mejores partidos del 2020, quizás el mejor de todos. El partido fue una montaña rusa de penaltis, goles, intensidad, emoción, llantos, fallos, aciertos. Y finalmente, los de Nervión se llevaron el gato al agua por sexta vez, algo realmente meritorio, sobre todo si pensamos que los seis entorchados se han logrado a lo largo de este siglo. Es difícil quedarse con un jugador, puesto que desde el guardameta Bono, suplente toda la temporada al delantero holandés De Jong, cuestionado casi desde su llegada, pasando por Banega (cuya marcha al fútbol saudí nadie entiende) y sin olvidar al incombustible Navas, todos los jugadores dieron lo mejor de sí mismos. Pero nada de todo eso habría sido posible sin la gestión de Monchi, probablemente el mejor experto en scouting futbolístico del planeta y al que los más mayores recordamos como ese portero mediocre al que incluso parodiaban con su propio personaje en el programa de Arús en Antena 3 en los años 90. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Y hablando de porteros, Lopetegui tuvo la oportunidad de callar muchas bocas y demostrar su valía.
Y después de todo esto llegó “la gran noche” (no es que fuera como la gran noche de Raphael, pero bueno, es lo que hay). En la previa se pudo ver como de costumbre la llegada en autobús de ambos conjuntos. Neymar llegó con un altavoz gigante en la mano, discreto él como siempre. Para aquellos a los que os haya gustado el artilugio, os ahorro la búsqueda en Google: unos quinientos euros del ala vale el artilugio. A continuación, se vió llegar al Bayern y curiosamente, Lewandoski bajó de su bús con un objeto de forma similar en la mano aunque algo más pequeño: un neceser de toda la vida. A continuación, los comentaristas, cual comité de expertos hicieron sus pronósticos: ligera preferencia por el PSG como ganador y final con “muchos goles”. Y todos los medios especializados coincidían en que ésta era la oportunidad para Neymar y Mbappé de hacerse con el trono del planeta balompédico.
Tras el pitido inicial, dio inicio el encuentro y en los primeros veinte minutos cabe destacar que los jugadores se quejaban de la poca presión de los balones. Y como ya dijo el Fary en los 80, lo blandengue no mola, y ya de por si el balón de la Champions es un poco blandengue con esos colores que recuerdan a un yogur de frutas del bosque. Resultado al final de los primeros 45 minutos: 0 a 0. Se ve que claro, los expertos no contaban con que uno de los porteros era Neuer y el otro era Keylor Navas, que se presentaba en la final con 3 orejonas a sus espaldas.
Y comenzó la segunda parte, con un gradual dominio creciente del cuadro bávaro, que se vio culminado cerca del minuto 60 con un gol de cabeza de Coman (a centro de…. sí, de Kimmich). Tras el gol, el PSG apretó y entre los expertos cundió la extrañeza al ver que el técnico del equipo francés no confiaba en Icardi para intentar empatar. Pero, sinceramente, conociendo la biografía de Icardi (para más info, se sugiere consultar la biografía del ariete argentino), Icardi no es alguien en quien confiar para por ejemplo… dejarle las llaves de tu casa si es tu vecino. Pero bueno, chistes malos aparte, el partido terminó como suelen terminar las finales, con un 1-0 a favor de los alemanes, que se hacen con su sexta Copa de Europa.
He de confesar que no vi la entrega del trofeo. Soy de los que rebobina hacia delante en las películas la parte en la que los protagonistas se casan. Preferí pasarme a otro canal y ver la “otra final”, el Girona – Elche por un puesto en Primera División. El encuentro en cuestión me devolvió a la cruda realidad del arbitraje nacional y presencié la expulsión del delantero del equipo catalán, Stuani. La decisión, fue tomada con ayuda del BAR (sí, con B, porque los que lo dictaminaron difícilmente pasarían un control de alcoholemia). Lo que para el serio VAR europeo no habría sido ni amarilla, se transformó en roja para un colegiado, que tuvo que ver la repetición siete veces para decidirse. Y se ve que el periodista español está hecho está vara de medir, porque durante los partidos de Champions de todas estas semanas, veían penalties por todos lados donde el VAR no veía nada y dejaba seguir en segundos.
Como resultado de esta expulsión, el Elche se echó hacia delante en busca de un gol que les daría el ascenso y, no sin esfuerzo, lo lograron, tras un centro desde la izquierda (otro centro) rematado impecablemente por Pere Milla en el minuto 96. De esta manera, el conjunto ilicitano, liderado por un señor de 40 años, conocido como Nino, almeriense y mejor jugador de la historia de la Segunda División española, será equipo de Primera junto al Cádiz y otros 18. Confieso que aunque rebobine la parte de las bodas en las pelis, tengo mi lado romántico, y el hecho de que un señor de 40 años, que aparenta 45, y que debutó el siglo pasado como profesional, sea capaz de subir a primera en esta jungla de colegas metrosexuales megamusculados y tatuados.
Y colorín colorado, la temporada (por fin) ha terminado, con este pareado nada forzado.