El reloj marcaba las dos de la noche. El avión seguía con retraso. Había olvidado si estaba esperando para volver o empezar el viaje. Hacía frío pero seguía en bermudas y con una sudadera con capucha. El bolso a la espalda y el ordenador en la mano derecha mientras con la izquierda buscaba alguna moneda para tomar un café malo en una máquina.
Carritos de maletas aparcados en doble fila. Todo tan cerrado y tan abierto que costaba descifrar quien acababa el turno y quien empezaba su jornada laboral.
Apenas había pasado un minuto desde mi visita visual al reloj y parecía una eternidad en mi aburrimiento. De repente algo llamó mi atención, la chica pelirroja del bolso de marca, que antes había identificado por sus vans de colores estilo surfero, estaba mirando por el cristal. Al espacio dónde debía estar el avión que tenía llevarla a su destino. Estaba llorando. Parecía triste y desconsolada. En un segundo había pasado de ser una pelirroja con style surfer esperando su avión a las Bahamas a una chica rota de dolor.
Me acerqué como el que se acerca a una jirafa en medio de la sabana Africana, sin saber qué podía suceder. ¿Todo bien? Perdona que te pregunte, pero he visto que al colgar tu llamada de teléfono te has puesto ha llorar. Ella seguía con la mirada clavada en el vacío. Lloraba. Despacio y suave, pero con tanta tristeza que hubiera podido parar el mundo.
Sus ojos estaban clavados en la pena. Sus llanto en caída libre por su rostro, eran el único recuerdo de la chica surfera y ahora eran sus lágrimas las que surfeaban por su cara
Le prometí que antes de morir le daría una caricia y un beso y me acaban de llamar del hospital. Se acaba de ir para siempre, dijo la chica mirando su cara en el reflejo del cristal. Sus las lágrimas se perdían en los hoyuelos de su rostro y ella seguía sin parpadear.
No le dije nada. La seguía mirando a los ojos de su reflejo. Azules y transparentes como el aire.
Disculpa. Me dijo con voz firme y rota. ¿Puedo darte un abrazo? Susurró girando su cabeza cuarenta y cinco grados para clavar sus ojos en los míos.
Su mirada era verde, no azul y tenía pecas en su rostro. Su gorra tapaba el inicio de sus trenzas pero dejaba ver unas gomas grises en las puntas.
Necesito un abrazo, creo que me voy a desmayar.
Me quedé quieto con los brazos mirando al suelo y se acercó y me abrazo. Sus latidos parecían calmarse, pero su llanto se volvió desgarrador. Me abrazaba fuerte. Muy fuerte. Entre dolor y paz. Entre calma y desesperanza.
Un Segundo después la escena se volvió un recuerdo. Ella desapareció y yo seguía allí con los brazos mirando el suelo de mármol y mi sudadera con capucha.
Una caricia. Un beso. Un sueño o una pesadilla. Lo primero que hice al volver a la realidad fue llamar a mi mujer y mis padres y decirles que les quería.
Me senté en el suelo. Abrí el ordenador y miré al cristal. Al vacío. Cómo miran las chicas pelirrojas con gorra y ojos verdes…
Una caricia. Un beso