Comparto una relación abierta amor-odio con el barroquismo, aunque el sin titubeos sea mi más fiel amante. Digamos que una controla y la otra desata a la fiera. En cada refriega no es raro que mi maltrecha conciencia salga escaldada en el encuentro, al fin y al cabo, es la conciencia y creo que de eso se trata.
Entrando en sustancia y sin titubeos, ¿cómo será el alma del demagogo? Ya sabéis de quien os hablo, los vemos todos los días por televisión, les oímos por la radio, los leemos por las redes sociales y les sufrimos en la barra de un bar a las seis de la tarde. ¿Cómo será la conciencia de esta ramera de las apariencias? Porque en este caso el tamaño importa, pero no a la alta sino a la baja. ¿Cómo puede ser que desde el grande al chico se pueda ser tan nefasto? Da la sensación de que somos un muladar en el que los buitres campan a sus anchas devorando los cadáveres de su ineptitud. Las heces con las que alimentan al fantasma del águila caída les delatan su mediocridad. Ni escondiendo a conciencia los restos de piltrafa pueden ocultar las miserias de este putiferio; donde la pequeña carroña se chupa los dedos, tragan sables y limpian culos por doquier con tal de pillar un poco más de cacho.
Del primero al último, antes de que se carguen este garito de ratas y serpientes venenosas, antes de que la libertad de expresión sea un privilegio más que un derecho, diciendo y sin decir nada os digo ¡Sois unos infames!