Un gong se ha oído en todo el mundo.
Un silencio se ha oído en todo el mundo.
A las calles vacías,
la multitud se asoma por detrás
de los cristales empañados.
Se detiene el reloj y el tiempo sigue
girando en torno de sí mismo.
Gira y gira el vacío
de los campos y los mares, gira
sobre las cordilleras, sobre las aldeas
y las ciudades, gira
sobre los cementerios.
Grita la humanidad y no se oye
porque grita hacia dentro.
Como en la extraña calma de una madrugada
de domingo, desde
cada balcón, por las paredes,
se descuelga la soledad.
El frío se derrama
por la calzada, bosquejada por
De Chirico, y en el cuarto piso
de aquella casa están cerradas las ventanas.
Algo desconocido e invisible,
un soplo de la nada, un vago
presentimiento, pasa por las calles vacías, y al azar,
se detiene delante
de alguna puerta.
Poema del poeta granadino, Rafael Guillén
Y me asomo a tu puerta con disimulo, tratando de no despertarte, todavía es muy temprano. Y en el silencio se escucha una copla y cuanto más me acerco, más sonidos retumban en las paredes. También se escuchan caballos, uno de ellos, montando por John Wayne que dispara con ambas manos al entrar en territorio Comanche. Si tu memoria recordara aquellos amores de carnaval, borrachos de amor al son de un 3×4.
A pesar de lo mona que te has puesto hoy para recibirme, yo sé, que bajo ese atuendo de coqueta sonriente, se esconde una niña herida por los pasos de quienes trataron de poner el yugo a tus hijos, y sonríes porque a pesar de los pesares, porque ni siquiera con sangre consiguieron escribir tu destino, porque fuiste testigo de lo peor, aunque también demostraste que la fuerza no se ejerce con disparos, sino con el caminar, siempre adelante, con la cabeza alta, bebiéndote el último sorbo de libertad para que no puedan arrebatártela.
San Juan te llamaron, y eras como las Indias, un bullicio de comerciantes, un saco de especias, de tratos sin dinero, de dame dos pesetas de eso y una de aquello, sí, de aquello verde, del último de la fila de arriba y un “yo no sé lo que quieres, pisha mía”. “Córtaselo cortito que le crece muy rápido le decía su madre al peluquero”… y te han dejado las huellas marcadas en tu cuerpo, que luce bonito al reflejo de la lluvia de la madrugada. Un vaso de fino en una mesa de madera y un solo de jazz al estilo “chorisero”, todavía huele a pan recién hecho y un “all my loving” dentro de una cueva. Todavía no se ha perdido nadie en la isla desierta de Samoa, y menos un domingo por la tarde, con un cubata de carrusel deportivo con Chimo Bayo. Ya has salido con los impuestos pagados y las cartas enviadas a un destinatario anónimo y sin retorno. En la desembocadura de la alameda luce el símbolo de la libertad que mira como caen las hojas de los árboles que la adornan en este otoño atípico.
El marcapasos ha comenzado a fallar, el virus del pasado te ha dado tregua, te ha permitido respirar, crecer y afrontar un futuro incierto, pero alegre, lejos de aquellos sonidos que marcaron tu niñez. Y aquí estaremos nosotros para verlo, hasta que nos lo permitan. ¡Un brindis por nosotros! Nos lo merecemos.