Opinión | Casas Viejas, una aldea sin remedio

Mis queridísimos lectores me hallaba perdido en la caverna del Dios Momo entre musas y borracheras literatas cuando fui sorprendido por el hediondo aroma de la hipocresía. Esa que nos alimentan las entrañas, los bajos instintos y los chismes más selectos del populacho. Por favor permitan a este humilde trovador aliviar sus infamias al ritmo de un doloroso retortijón. Disculpen mi inoportuno humor escatológico, aunque de escatología vaya la cosa. 

            Año 2023, cuatro años del gobierno del descambio, nuevas elecciones en mayo con absolutísimo resultado. Durante el pasado paréntesis nos visitaron los malditos bichillos del exterior y nos infestamos de cucarachas. Las marmotas trabajaron muy duro para lavarle las nalgas al personal y los escupitajos de alguna que otra calle. También se les quemó el recreativo espacio con impune resultado. A la eterna jinete del cinismo, pregonera de la anti-casta, acabó por atragantársele la manteca. De sus pechos engendró a una nueva casta, que no dejó de ser la vieja casta, a cambio de alimentar su famélica cuenta propia. 

Los comicios municipales se desarrollaron con el típico carrusel de viejales pueblo arriba – pueblo abajo, el pisoteo más cainita e inmundo al prójimo, con el personajillo que con indecoroso fervor mete y saca papelillos de los amarillentos buzones, las llamadas de las improvisadas teleoperadoras y la presión de las familias del régimen sobre la plebe. Tras la esperada victoria, como siempre, la murga de Los Llorones recogió sus pitos y panderetas. No tendremos noticias de ellos hasta el próximo concurso de agrupaciones.  

La sub-gestión del alabado Míster Simpatía dejó canina la olla del puchero. Dejando con anorexia salarial a quienes limpian las inmundicias de nuestro amor perruno y con obesidad mórbida a quienes se han establecido en la cúspide de la fuente de aguas fecales. Finalizándose hasta lo presente en un Incultural Verano que sirvió de tapadera para la más que evidente sequía de ideas. 

Quizás, Benalup nunca dejó de ser de Sidonia; cercada por los intereses impíos de las nuevas familias de bien, con sus símbolos recluidos en manos privadas, donde el futuro vive la marcha y sus impracticables caminos lo condenan a ser el patito feo de la comarca. Porque en el fondo, quizás, nunca dejamos de ser lo que fuimos. Una aldea pérdida en el sur de España, enferma del despotismo más decimonónico, rematada entre vagos y maleantes.                                                    

Firmado: El Capitán Hipócrita

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