Las medidas propuestas por el Gobierno para conseguir un ahorro energético cumpliendo los compromisos con la Unión Europea, por su propia naturaleza y por estar consideradas temporales y extraordinarias, no van a suponer cambios en nuestros patrones de consumo. Es imprescindible aumentar la eficiencia energética de todos los procesos productivos y sustituir el consumo de energías fósiles por renovables. El ahorro energético no se debe considerar algo puntual o estacional, sino que es un concepto sobre el cual hay que concienciar.
El ahorro energético, la herramienta más necesaria para combatir el cambio climático, la están pervirtiendo al considerarla una mera herramienta de ahorro económico. El cambio climático que padece el planeta va más allá de tener temperaturas más cálidas. Conlleva también padecer fenómenos meteorológicos extremos de forma cada vez más frecuente: sequías intensas, escasez de agua, tormentas catastróficas, incendios graves, aumento del nivel del mar, inundaciones, deshielo de los polos y pérdida de la biodiversidad.
Generar energía es un proceso que perjudica al medioambiente. Actualmente en España un gran porcentaje de la electricidad consumida proviene de fuentes de energía no renovables, como son el petróleo, el gas o el carbón. El uso de energías no renovables y altamente contaminantes provoca la emisión de multitud de gases de tipo invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, responsable, en gran medida, del cambio climático. Por otra parte, el ser humano está consumiendo una cantidad tan desproporcionada de recursos que a la Tierra no le está dando tiempo a regenerarse.
El debate interesado que se ha suscitado sobre el ahorro energético está enmascarando el principal problema con que se enfrenta la humanidad que no es otro que el cambio climático y toda iniciativa que no lo tenga presente son tan estériles, como estériles es el debate suscitado respecto al decreto de ahorro energético aprobado recientemente por el Gobierno. Politizar las medidas de ahorro energético no es el mejor camino para un necesario consenso para conseguir métodos de producción más sostenibles, reducir el consumo generando menos residuos y llevar a cabo un más eficaz reciclaje y propiciar una conciencia pública absolutamente crucial para tal fin. Pero si al contrario, todo lo reducimos de forma transitoria a una disminución de la temperatura del calentador en invierno, a un aumento de la temperatura de la climatización en verano, a que compremos electrodomésticos de bajo consumo, a una disminución de la iluminación pública y privada en las calles para conseguir reducir así el gasto de energía, poco o nada haremos contra el principal problema planetario del cambio climático. Todo lo demás, ruido que no conduce a nada y de servir de algo, es para que algunos de forma interesada encuentren terreno abonado para expandir sus proclamas negacionistas. Ya no se trata de prevenir el cambio climático, porque ya está aquí. Se trata de tomar medidas efectivas para revertirlo y las necesarias para paliar sus consecuencias.
En el verano solemos desconectar con más facilidad de nuestra rutina y nuestras obligaciones, pero ¿y si lo hacemos de forma consciente?
En este artículo te traigo tres ejercicios sencillos y muy cotidianos en estos días donde el sol calienta, los días son más largos, pasamos más tiempo fuera de casa… que te ayudarán a desconectar para conectar contigo y con el momento presente.
¡Vamos a ello!
1.- Cuando estés frente a esa cerveza/refresco bien frío, párate un instante en observar como el vaso se empaña formándose gotitas de agua. A continuación, da un sorbo, saboréalo como si fuera la primera vez. Siente las burbujas en tu boca, los matices de su sabor, como baja por tu garganta sintiendo como se va refrescando cada tramo por el que va pasando.
2.- Tarde de playa, cuando estés en tu toalla sentado o si eres una señora como yo, sentado en tu silla XD. Prueba a cerrar los ojos y aislar el sonido del mar, de las olas rompiendo en la orilla. Si no lo consigues no te agobies ¡Juega! Respira profundo y vuelve a probar más adelante. Ya verás que cuando menos lo esperes surge la magia de estar a solas con el mar entre tanto ruido del gentío.
3.- Ahora más que nunca debemos protegernos del sol, es maravilloso y nos aporta numerosas propiedades, pero puede hacernos daño. Cuando te eches tu protector solar, conviértelo en un ritual. Siente la textura de la crema en tus manos, su aroma, cuando la extiendas por tu cuerpo siente como se desliza tu mano por tu cuerpo, las sensaciones que sientes, observa si hay zonas en las que se absorbe más rápido que otras. No tienes que hacerlo cada vez que te eches la crema, pero inténtalo al menos la primera vez 😉
A disfrutar del maravilloso verano y si es de forma consciente mejor que mejor. Os leo en comentarios si os apetece compartir vuestra experiencia.
NoNo es tarea fácil educar jóvenes; adiestrarlos, en cambio, es muy sencillo.
Rabindranath Tagore
Supongamos que de la noche a la mañana me convierto en tertuliano de algún medio de comunicación. Todos sabemos que para ello uno puede no tener excesivos méritos o capacidades, si acaso ser famoso por algo, aunque sea matar animales a sangre fría. Pero sigamos. Invitado a la radio o la televisión en un programa de debate, un periodista que hace las veces de moderador me pregunta por la actualidad del día, mezclado a su vez con noticias antiguas que interesa seguir contando. Un día puede ser la inflación, los flujos migratorios, el gobierno socialcomunista y separatista o la inteligencia de las urracas. Llegados a esa silla, todo lo que se me pide es que de mi opinión sin salirme del guión, pues ya he visto que si opino distinto de lo recomendado no me vuelven a llamar. Así que manejo con recursos de malabarista callejero los argumentos y las palabras para opinar sin que se note mi estulticia y mi poca vergüenza, de tal manera que salgo airoso una y otra vez sin importar que lo que diga sean auténticas estupideces, que mienta a sabiendas de que lo hago, o que simplemente me dedique a insultar a los que me han señalado como enemigos de España negándoles la inteligencia de la que si hacen gala las urracas. Todo para no perder mi silla desde la que vocear como si fuera una lata vacía.
Esto que podría parecer un chiste, ocurre a diario en los grandes medios de comunicación de este país con la connivencia de muchos periodistas que deben sus plumas y sus opiniones a los dueños de su medio. Algo que por otro lado es totalmente lícito, pues casi todos nos vemos forzados a vendernos por un salario. Pero es así como el mal llamado cuarto poder fomenta sin escrúpulos que se haga un uso torticero de sus medios para difundir bulos y campañas destinadas a oscuros intereses políticos, a sabiendas de que con ello solo erosionan nuestra endeble salud democrática, lanzándose a una lucha partidista para alcanzar sus objetivos sin hacer prisioneros y caiga quien caiga.
Y luego están las redes sociales, el otro gran estercolero en el que se está llevando a cabo otra batalla sin descanso. No importa que no consumas periódicos o no hayas visto un noticiario de televisión en años, a tu teléfono te llegan sin descanso los ecos de una guerra cultural por manejar el relato, un relato que jamás van a contarte en su totalidad, pues solo buscan alienarte y ganarte para su causa. Hoy en día mucha gente usa las redes sociales para informarse y cargar su argumentación con ideas sacadas a toda prisa que se consumen con la misma rapidez. Miles de capturas de pantalla de titulares sensacionalistas y gruesos te dan la noticia hecha sin que tengas la necesidad de leer el contenido o contrastar otras fuentes, o simplemente de ejercitar tu pensamiento crítico. Miles de memes y bulos inundan las redes sociales buscando confundir y crear estados de opinión. Hoy, cuando lees una noticia en cualquier red social, lo menos importante son los hechos, el contexto pasa a ser algo superfluo, y lo verdaderamente inútil es la veracidad de esos hechos. Si con ello se puede sacar un mensaje que ayude a desprestigiar al contrincante, todo vale. Y es ese ‘todo vale’ el que pone en peligro la sociedad en la que vivimos.
La Sexta Noche
Porque, y aunque resulte molesto e inapropiado decirlo, hay demasiada gente con el cerebro blandito al que tales mensajes les traspasan como el hierro candente en la cera, dejando un destrozo considerable. Gentes con poca enjundia en su pensar y menos conexiones sinápticas que el AVE de Extremadura. Esto, que dicho así puede resultar hasta gracioso, tiene en su fondo un peligro real y perceptible apenas fuerces a determinados individuos a usar su pensamiento. Si a esos cerebros blanditos, poco acostumbrados a manejar, comprender y criticar la información que reciben, les vas soltando consignas simples y directas, con mensajes que apelen a sus sentimientos atávicos, dotándolos de una supuesta identidad que no es tal – salvo que en el borreguismo den carnet de militancia- y echando de paso la culpa de tus males a quienes se te permite odiar y despreciar porque no comparte tus valores e ideas, resulta que de pronto tienes una masa informe repitiendo las mismas consignas como loros amaestrados.
Todo esto no es nuevo, si acaso se repite cambiando un poco sus ropajes y escudándose en un neoliberalismo de mierda que solo aspira a venderte la idea de que eres libre mientras te exprime la vida haciéndote pagar hasta por respirar. No, no hay nada nuevo bajo el sol.
Los sembradores de odio y confusión han existido siempre. Los engañabobos y los listos también. Y para nuestra desgracia, la infinidad de cerebros blanditos que se tragan sus cuentos como pastillas para dormir, también. Todo está tan lleno de mierda que no entiendo cómo las cosas funcionan. Bueno, la verdad es que si lo sé. Nuestro sistema social y político, basado en la corrupción sistémica, tienen la culpa de que la desvergüenza y la impunidad campen a sus anchas sin orden de arresto.
A poco que han notado un viento que les viene a favor, los de siempre han envalentonado sus discursos y proclamas negando con saña lo que un día tuvieron que admitir a regañadientes. Ya no se esconden, odian dar libertades y derechos salvo a sí mismos, como odian subir los sueldos de los demás salvo los suyos, que siempre aumentan, y preferirían retroceder a tiempos que ni vivieron y que a golpes de ignorancia idealizan; odian a las mujeres porque se saben inferiores a ella; odian a quienes hacen con su vida una expresión de libertad, sea sexual, vital o ideológica; odian lo público porque piensan que es malgastar el dinero de todos procurar una sanidad y educación gratuitas, sobre todo porque pueden privatizarse y sacar unos beneficios a repartir entre los pocos de siempre.
No vienen a arrimar el hombro, porque como jodidos zánganos individualistas no creen en el bien común. Tampoco vienen a proponer soluciones, prefieren llegar al poder, esa es su única meta. Hay un auge de la ultraderecha a nivel mundial que traerá aparejada, como una mala fiebre, la pérdida de derechos por los que mucha gente luchó y dejó su vida.
Pero esos malnacidos no me sorprenden, siempre estuvieron ahí. Me cabrean mucho más todos esos cerebros blanditos que haciendo de su capa un sayo compran, difunden y hacen suyas unas ideas que por encima de cualquier otra cosa van en contra de sus propios intereses. Por mucho que se engañen diciendo que solo ellos defienden lo que de verdad importa: la patria, las tradiciones, el orgullo nacional… o sea, lo que no te llena la nevera ni hace que tu día a día sea mejor.
A todos nos ampara el derecho a tener y defender nuestras propias ideas, aunque sean las de otro y ni siquiera las cuestionemos. Pero cada día que pasa tengo más firme una convicción, una inquietud que ya no me deja mirar hacia otro lado. No voy a respetar ideas de mierda o argumentos falaces que busquen sembrar odio y discordia. No voy a respetar ideas que atenten contra la dignidad humana en cualquiera de sus formas. A esos cerebros blanditos les respeto por encima de todo, y sería el primero en defender su dignidad si les fuese atacada. Como hombre de fe, jamás la he perdido en el hombre y sus posibilidades. Sin embargo, se acabó el tiempo de respetar ideas de mierda y argumentarios asesinos solo porque quienes las defienden creen que ellos son sus ideas. Ese tiempo pasó.
Llevo algún tiempo sin aparecer por esta ventana en la que alguna que otra vez metí mi prosa bana llena de juegos e ideas sacadas de aquí y de allá, procurando siempre no hacerme notar más de la cuenta. Los motivos de mi ausencia han sido varios, el principal, una pérdida de la que aún ando renqueante, y otra, el secarral en que de pronto se convirtieron mis ganas de escribir. A veces no saber qué decir es casi una bendición. Y nada es más cierto que aquello de que somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras.
Por eso hoy de nuevo me asomo a vuestra ventana, a ponerme los grilletes de mis palabras, aherrojarme con sustantivos y trabar con adjetivos las torpes piernas que me sustentan.
Todo se debe a que últimamente ando como hastiado de que a fuerza de tantos acontecimientos funestos, el miedo se haya convertido en una especie de pasajero molesto que no nos deja estirar las piernas porque ha echado demasiado para atrás su asiento, dejándonos justo el espacio para, sin estar incómodos, no poder sentirnos a gusto.
Y esa incomodidad, de la que rara vez somos conscientes, acaba provocando la percepción de que nada de lo que nos ocurre estuviera en nuestras manos. Que fuerzas que desconocemos manejan a su antojo los avatares de nuestra existencia. Ya sea por un virus, la inflación o los prolegómenos de una guerra mundial, el mundo no parece moverse en coordenadas humanas que tú y yo podamos entender. Nuestra única función parece ser la de meros espectadores que solo contribuyen a que la rueda del mercantilismo siga girando, sin importar las consecuencias ni las salvajadas que se encubran. “Es el mercado, amigos”, que diría aquel político de tan nefasto recuerdo. Con esa endemoniada idea justifican que tu vida se parezca a la de un esclavo cuyas migajas de beneficio se reducen a hacerte creer que eres libre por elegir y comprar bienes de consumo.
Hubo una vez en vuestras tierras gentes que armadas con viejas escopetas decidieron que ya era hora de luchar por su libertad, por la dignidad que toda vida humana merece y el derecho a vivir sin tener que agachar la cabeza. Y allí fueron, a sitiar el cuartel de la Guardia Civil, símbolo de un Estado por naturaleza represivo, que siempre atiende los intereses de las clases dominantes y privilegiadas antes que las del pueblo. Esas gentes valientes, amoratadas de frío y con más miedo que el que pudiéramos tener nosotros hoy en día, se lanzaron decididos a honrar con sus vidas aquella estúpida necesidad que tenemos algunos seres humanos de concebir nuestra existencia en libertad.
Me acuerdo de esos hombres, y de otros miles que desde lo más profundo de la historia siempre gritaron lo mismo: Libertad. Hombres que no siguieron el camino marcado, hombres que inventaron sus propias circunstancias sin dejarse arrastrar ni imponer nada que socavase su Libertad. Ellos son quienes debieran ser nuestros guías en estos tiempos que algunos se empeñan en oscurecer, queriendo que por nuestra seguridad, dejemos de ejercer aquello que jamás podrán gobernar, nuestra Libertad.
Hay demasiadas guerras en el mundo, de muchas ni siquiera nos llegan sus ecos, otras son silenciadas y llevadas a cabo por gobiernos que revestidos de democracia, son puros Estados autoritarios. Toda guerra es cruel e injusta, toda guerra es una vergüenza para nuestra especie, empeñada en un auto genocidio donde se sacrifican a los de siempre. Y los de siempre somos nosotros, los que formamos parte del engranaje siempre prescindible e inútil si no sacrificas tu vida al capital para recoger unas migajas que te dan la ilusión de que estás vivo.
No, no me gustan las guerras, ni los conflictos, salvo los míos propios, esos que me ayudan a crecer y asentarme en esta tierra con el orgullo de pertenecer a una especie en la que aún creo, y en cuyas posibilidades jamás dejaré de creer. No me gustan las guerras, por eso jamás contarán conmigo para luchar bajo ninguna bandera, ni para defender los intereses económicos de unos pocos cuyas vidas siempre estarán a salvo tras las mesas de sus despachos. No me gustan las guerras, ni los estados, ni los ejércitos, ni el capitalismo cuya tiranía masacra a millones de seres humanos silenciosamente después de haberles convencido de que entreguen sus vidas como si dispusiesen de otra. Habrá quien me llame loco, idiota, utópico o cualquier otro epíteto que le venga bien. Yo vivo inmerso en el sistema, y asumo mis contradicciones y mi falta de valor, y a pequeña escala, hago lo que puedo por revelarme. Tirar mis argumentos y mis ideas es fácil, pero no escribo para convencer a nadie.
Pero si me preguntan, diré que mi sangre es roja y negra, que mis deseos son la libertad y la realización humana por encima de los condicionantes y las extorsiones del sistema capitalista. Qué tengo la rabia de los oprimidos y los vencidos, que llevo a cuestas el dolor de los masacrados y los olvidados. Si me preguntan, les contestaré con versos de León Felipe: “ Yo no sé muchas cosas, es verdad, /pero me han dormido con todos los cuentos, / y sé todos los cuentos”.
Hoy que todo parece confluir hacia una locura fratricida entre potencias nucleares, este viejo anarquista de tres al cuarto no quiere ni matar ni morir por ninguno de sus estúpidos conflictos, ni por defender los intereses económicos de nadie. Una guerra más es solo una desgracia para un pueblo inocente, y una vergüenza para el resto de los seres humanos.
Pero en el fondo es solo un cuento más con el que dormir al hombre para que no despierte.
“Luna, Luna, riñe a las criaturas del campo dile a los gorriones qué no se posen en mi palo. Luna, Luna,…. Desata mi silencio Qué quiero ser un hombre…”
Sigue sonando el comienzo del popurrí del aquel casete treinta años después; en soportes que no sentirán el tacto de un bolígrafo cuya función principal se pone a descansar.
(….)
-¿Otraz vez escuchando carnaval en tu casa y no vas a ver a las de tu pueblo? – se oyó al fondo del pasillo.
– Si ver, las veo, – contestó invitándole a pasar al teatro improvisado del dormitorio
– ¿Entonces? – replicó el otro.
– Tengo un deseo que es casi una utopía.
– ¿Cómo? ¿Cuál? – preguntó impaciente mientras reducía el volumen del reproductor al silencio.
(Qué rabia que siga reproduciéndose sin oír lo que intentas aprender)
– Acomódate y te recito el repertorio:
Quiero escuchar a aquel de la izquierda (soy zurdo, quizás sea el motivo) que destrozaba el papel de aluminio con el premio de un bocadillo que tenía sus días contados en media hora de recreo. Quiero escuchar a su hermano que lo admiraba antes que yo.
Solo quiero escuchar al niño pedir un libreto al padre y el sonido del beso de las monedas al despedirse y abandonar un bolsillo lleno de colorines. Quiero oír bajito las gracias del que no lleva más disfraz que el de la inocencia y los colores de un día soleado. El único blanco que se ve es el de su sonrisa.
Quiero escuchar aquel estribillo que oía aquel niño de 12 años, que sentado aprendía en las tablas de El Dornillo. Aquel que perseguía a su agrupación con la presentación en el recuerdo y el popurrí en la memoria.
Quiero que ese niño ya padre, disfrute con la imagen de su heredero, en conocimiento, aprendiendo, respetando y escuchando carnaval.
Quiero seguir oyendo la posible herencia del carnaval en las primeras palabras detrás de un micrófono, de cuya propietaria me separa la edad y una pared con no más grueso que el ancho de una serpentina. Hay épocas en que las construcciones son de chirigota.
Quiero escuchar las cuartetas de aquel que ha hecho de la generosidad y dedicación su profesión, su labor. Aquel, que desde la distancia y con una ensaimada en la mano, divisa y crea pasodobles y cuartetas antes que la Navidad nos regale su visita. Aquel, que de los descartes de propios y extraños forma la palabra LIBERTAD.
(LIBERTAD, algo tan necesario en carnaval y que por motivos de “vete a tu saber” se quedan guardadas en el local de ensayo. Mis “vete a tu saber” durarían más que un popurrí y me tengo que ceñir al tiempo del pase, no vaya a ser que me sancionen).
Quiero seguir escuchando los recuerdos del antiguo coplero al cruzar la puerta de esa casa, donde el olor del puchero y el pitido de la olla, calentada con el fuego en llamas, suena mejor que cualquier pasodoble.
Que no se me olvide que la comparsa del Puerto es la mejor de todas; que si me olvida, él me lo recuerda hasta que los bostezos hacen acto de presencia recordando a Los Dormilones.
Quiero oír vuestros aplausos entre “olés”, “qué buenos son” y “otra”. Quiero que suenen más fuertes y sean más duraderos que sus propias razones:
Cuatro meses sin dar las buenas noches a la hora de siempre.
Cuatro meses sin más cena que un acorde.
Cuatro meses cerrando su negocio y sustento con el premio de la cuota de un disfraz.
Cuatro meses de madrugones con el repertorio en la cabeza y el volante en las manos.
Cuatro meses junto al bombo y la caja. Un bombo cuyo diámetro se mide por semanas y suena sin baquetas. Una caja que crece con el sonido de las entrañas del bombo, cuyo eco es inversamente proporcional al popurrí de colores de disfraces diminutos; de regalos que caducarán en menos de dos piñatas. Una caja con el eco de las sonrisas de los autores de una agrupación; con la letra de un nombre y la música de dos apellidos.
¿Acaso no merecen dos semanas de respeto cuatro meses de ensayos?, le pregunté con musicalidad de cuplé.
Ha llenado la copa hasta arriba de vino tinto, ese tan bueno que les regaló su suegro las pasadas navidades y que Christoph insistía en reservar para alguna ocasión especial. Desde la barra de la cocina, donde está sentada en un taburete, escucha como se abre la puerta de la entrada y oye la voz de Christoph hablando y una voz dulce que le responde. Entra en la cocina con Ürsula la de los ojos verdes, aquella arquitecta tan estupenda que trabaja para él, de la que tanto admira las cúpulas bulbosas al estilo de los templos ortodoxos con las que remataba sus edificios y de la que tanto hablaba hacía un año hasta que Christina la vio en una foto de la cena de empresa en la que reía exageradamente agarrada al brazo de Christoph, y le inquirió señalando el pecho de ella, si aquellas eran las cúpulas bulbosas que tan inspiradoras le parecían. “Hola cariño. Te he puesto un Wasap para avisarte de que he invitado a Ürsula a cenar, pero no te ha llegado. Ulrich también viene de camino, su vuelo de Portugal acaba de aterrizar. Queremos celebrar que hemos ganado el concurso para construir la nueva ópera de Lisboa. Según Ulrich, la imagen de las cúpulas de Ürsula sobre mis férreos muros ha sido definitiva para que nos den el proyecto. Dicen que le aportan sensación de movimiento y una acústica extasiante”.
Christina mira la escena boquiabierta. Ni siquiera ha sido capaz de contestar como corresponde al saludo de la invitada. Christoph sirve dos copas de vino más y rellena la de su mujer mientras la mira con gesto contrariado al darse cuenta de que ha abierto la botella que les regaló su padre. Después, mientras sigue hablando con emoción de su proyecto, coge unos muslos de pollo de la nevera, algunas verduras, un bote de salsa de soja, el cuchillo grande con el que le gusta trabajar en la cocina y los sitúa sobre la encimera. Está a punto de empezar a cortar cuando recuerda que ha olvidado algo. Abre el segundo cajón bajo la vitrocerámica y saca un delantal con estampado de pata de gallo. Se lo pasa por la cabeza y le pide a su mujer que se lo ate a la espalda. Christina sigue sin palabras e inmóvil y ante su pasividad, Christoph suspira y pide a Ürsula que se lo ate ella. Christina ve como la compañera de su marido, le roza el culo desnudo al hacer el nudo. Siente con extrañeza cierto sentimiento de alivio o de menor incomodidad, al ver que ahora al menos, con el mandil, su cuerpo está tapado por delante.
Christina sigue algo abstraída durante la cena. Apenas contesta con monosílabos cuando los otros dos tratan de involucrarla en la conversación. Christoph incluso aprovecha que Ürsula va un momento al baño para preguntarle si todo va bien, que la nota ausente, pero Christina es incapaz de verbalizar el motivo de su incredulidad. En un momento determinado, suena el timbre y Christina se adelanta a su marido para abrir ella. “¡Christina! ¡Me alegro mucho de verte! ¡Supongo que ya te habrá contado Christoph!” “Ulrich, espera, tengo que decirte algo” dice ella agarrándolo por la muñeca y sosteniéndolo en el alféizar. “No sé qué le pasa a Christoph, está… no sé cómo explicarlo, será mejor que pases y lo veas tú mismo. Llevo desde ayer como si estuviera en una pesadilla de la que no puedo despertar”. Ulrich, inquieto, pasa rápidamente al comedor. No hace falta que nadie le indique el camino en esa casa donde ha pasado tantas veladas con su amigo de la universidad y ahora socio y su mujer. Christoph se levanta para abrazarlo mientras Ürsula aguarda su turno con una sonrisa, pero Ulrich frena en seco a su amigo y lo mira de arriba abajo con cara disgustada. “¿Qué te ocurre, Ulrich? ¿Acaso no estás contento?” “Claro que estoy contento, pero antes de las celebraciones quiero una explicación.” “¿Qué tengo que explicar?” “Me parece mentira que no lo sepas, Christoph. ¿Pero en qué maldito mundo vives?” “De verdad, que no te estoy siguiendo” “Ürsula, ¿tu no has notado nada?” Ürsula enrojece y mira a su plato sin querer intervenir en la discusión de sus dos jefes. “Quiero que me expliques ahora mismo por qué Christina me ha abierto la puerta desesperada. ¿Qué le has hecho, Ulrich? ¿Acaso tu éxito te ciega y no eres capaz de darte cuenta de que tu mujer está mal?” “Ulrich tranquilízate. Es cierto que lleva un poco rara desde ayer pero no le he dado la menor importancia. ¿Cariño te pasa algo?” Con una voz dubitativa y entre náuseas, responde. “Sólo estoy un poco mareada. Enseguida vuelvo”. Christina va al baño y reprime unas arcadas en la taza del váter. En lugar de vómito, son lágrimas lo que salen de su cuerpo. Lanza el vaso con los cepillos de dientes y el dentífrico contra la bañera y estalla en mil pedazos. Se mira en el espejo, se seca las lágrimas y se echa un poco de agua en la cara antes de volver al comedor.
Cuando vuelve, los tres arquitectos dejan la conversación para mirarla e interesarse por su estado. Christoph se levanta y le da un beso en la frente. “¿Todo bien?” Christina le dice que sí, pero está petrificada y no para de temblar. Se sienta en la mesa. Frente a ella, el cuerpo desnudo de Ulrich, más fofo y arrugado de lo que lo recordaba, cuando se acostó con él al poco de empezar con el que pronto sería su marido. De su pene, pequeño y flácido, apenas sobresale la punta envuelta en el prepucio por encima de un descuidado vello púbico. A su lado, mirando de soslayo, sus ojos sólo pueden enfocar las dos enormes cúpulas bulbosas terminadas en penachos rosados y puntiagudos, exactamente igual que las que ha diseñado para coronar los edificios de su marido por toda Europa, iguales a los de la maldita catedral de San Basilio que la saluda desde una de las fotos de su luna de miel en Moscú que tienen en la estantería.
La conversación discurre por unos derroteros que Christina no es capaz de precisar ya que las frases pasan delante de ella como las escenas de una mala película que no deja huella. Tras unos minutos de fingir atención, risas por una anécdota que cuenta Christoph y varios brindis por el éxito de los arquitectos que acaban con gotas de vino manchando el mantel, Christina se excusa con que está indispuesta y se levanta para ir a su habitación. Los demás muestran resistencia, se oponen jugando la carta del chantaje emocional, que hace mucho que no se ven, que le vendrá bien para relajarse, que tiene que celebrar con ellos el éxito. Incluso Ürsula, animada por el alcohol, se levanta y la abraza, presionándola con todo su cuerpo envuelto en una piel desnuda, suave y odiosamente tersa y le pide que se quede con una voz dulce que contrasta con la aspereza de su aliento. Finalmente se zafa, sube las escaleras y se mete en la cama, arropada hasta la barbilla. Abre su libro por el marcapáginas, necesita un poco de cordura para despejar sus ideas, pero no es capaz de concentrarse. Las voces y las imágenes se agolpan en su cabeza. Lo deja. No puede dormirse, así que enciende la tele de su dormitorio. Una entradilla anuncia el noticiario de las 9 de la noche. A Christina se le cae el mando de la cama que rebota contra la alfombra con un ruido sordo. El presentador de las noticias está hablando de las víctimas de un atentado en el metro de Bruselas, pero Christina no atiende a sus palabras. Lo único que puede ver es que el periodista está desnudo, igual que la corresponsal que habla desde las calles de la capital belga, delante de un cordón policial. Christina grita con todas sus fuerzas y aún no ha terminado de salir el aire de sus pulmones cuando Christoph entra corriendo en la habitación.
“Le digo doctor que me encuentro bien, estoy tranquila. He estado muy estresada últimamente y supongo que habré imaginado cosas, habré visto visiones, se me habrán mezclado los sueños con la realidad. Pero estos meses aquí recluida me han sentado bien. Estoy lista para volver a mi casa y a la universidad, para recuperar mi vida. Tengo muchas ganas de volver a ver a mi marido”. “Estoy de acuerdo con usted señorita Christiansen. Voy a darle el alta inmediatamente. Por favor, firme aquí”. Christina coge el papel que le pasa el psiquiatra y lo firma. Sonríe. No porque por fin vaya a poder salir del sanatorio, sino porque el lunar que el doctor tiene en la ingle rasurada, le recuerda al que su marido tiene en el culo
No pocos llegamos a creer que dada su condición opusiana en la que la obediencia debida y la lealtad al superior son rasgos distintivos e incuestionables le llevaría a asumir el marrón de la Operación Kitchen de forma sumisa y abnegada.
La supuesta profunda fe cristiana que dice profesar y siendo de misa y confesión diaria no le sirvió para que se saltara todos sus principios éticos y morales habidos y por haber al frente del Ministerio de Interior del Gobierno del PP de Rajoy, al menos en lo que concierne a la llamada Operación Kitchen.
El juez de la Audiencia Nacional, García-Castellón, exculpando a Rajoy y Cospedal de toda responsabilidad en calidad de presidente del gobierno y secretaria general del PP en esos momentos, ha procesado a Fernández Díaz en el asunto, entre otros mandos de Interior y Policía, al entender que el ex ministro se encontraría en la cúspide de lo que describe como una estructura delictiva ideada para espiar a Bárcenas y su entorno, usando para ello recursos policiales -incluidos fondos reservados- a fin de localizar la información sensible que pudieran tener sobre el PP y sus dirigentes para evitar que llegara a manos de la Justicia. Para ello, el exministro presuntamente organizó un dispositivo de vigilancia a la mujer de Bárcenas, Rosalía Iglesias, en el que participaron decenas de agentes y que controló sus movimientos al menos entre el 25 de julio de 2013 y el 12 de febrero de 2014.
Fernández Díaz al ver como Rajoy y Cospedal se van de rositas, olvidando su condición opusiana ha decidido que él solo no se come el marrón y ha recurrido la decisión del magistrado de la Audiencia Nacional de procesarle por la Kitchen, mediante un escrito en el que no solo no niega la existencia del operativo ilegal, ni que tuviera participación en él, sino que sitúa a Rajoy, Cospedal y Sáenz de Santamaría presuntamente en el origen del mismo, ya que entre el material existente examinado están perfectamente identificados.
El exministro alberga la esperanza de que su recurso prospere y se le desimpute porque termina diciendo que no existen motivos para sostener por más tiempo su imputación con riesgo de someterle injustificadamente a una ‘pena de banquillo’ adicional a la ‘pena de telediario’ que ya ha sufrido.
Hay quien quiere ver, al hacerse público el recurso presentado, como un mensaje inequívoco y directo a Rajoy, Cospedal y Sáenz de Santamaría. Si ninguno de los citados no mueve piezas e influencias para evitar su procesamiento definitivo por las vías que sean, no será el único que al menos se coma la pena de banquillo adicional a la de telediario por venir.
Fernández Díaz, según el juez instructor, cometió serios delitos al instigar o permitir el operativo ilegal, poniéndose su ética y moral cristiana por montera, ahora, pierde todo decoro instando subliminalmente a que le salven del lío en el que está metido, de lo contrario, a lo mejor, alguien saca a luz el contenido de algo de lo sustraído supuestamente a Bárcenas.
A lo mejor, la no renovación del Consejo General del Poder Judicial es lo que le pueden ofrecer por ahora, algo que no debe contentar del todo al ex titular de Interior y de ahí su iniciativa. En cualquier caso, sin dejar de mirar el dedo que señala, es bueno que se mire hacia donde señala. Atentos.
El descrédito de la justicia a cualquier nivel no es una apreciación subjetiva, todo lo contrario. Desde la más alta magistratura, Tribunal Constitucional (TC), hasta el más recóndito y anónimo de los juzgados de Primera Instancia e Instrucción pasando por el Tribunal Supremo, Audiencia Nacional, Tribunales Superiores de Justicia, Audiencias Provinciales resoluciones tras resoluciones o sentencias judiciales provocan escepticismo, hilaridad y hasta sonrojo entre la mayoría de los ciudadanos.
Una justicia que dependa del juzgado, tribunal o del juez o de ante mano se sepa la resolución judicial o sentencia según en qué instancia judicial se dirima la causa, poco tiene que ver con la justicia y sí mucho con la discrecionalidad o con el pensamiento ideológico o moral de quien debe aplicar la justicia. Aquel juez o componentes de un tribunal que antepongan sus convicciones políticas, ideológicas o morales a una aséptica interpretación de la norma a la hora de dictar sentencia se descalifica como tal y deben ser irremediablemente apartado de la judicatura. Con esto no estamos impidiendo que los jueces tengan convicciones, sino que dichas convicciones no pueden ni deben influir en sus sentencias y resoluciones judiciales.
A todo esto, hay que añadir que la secular falta de inversión en la administración ha incrementado un problema endémico en nuestro sistema: la lentitud de la Justicia, ocasionando sobrecarga de trabajo de los Juzgados, que lleva a algunos de ellos a una auténtica situación de colapso.
Existe una aparente contradicción entre la necesidad de celeridad y eficacia de la justicia, y la necesidad de defensa y garantías de los acusados. Ante esta contradicción se extiende el clamor por la reforma de las leyes.
Conocida es la afirmación del presidente del Tribunal Supremo en el sentido de que las leyes que regulan los procesos penales en España están previstas para los “robagallinas”, pero no para los grandes defraudadores. Para estos casos suele pasar hasta más de diez años desde que cometieron los hechos delictivos hasta que la condena ha sido firme.
Frente a la corrupción, frente a los delitos complejísimos de los que no roban gallinas, se suele pedir mayor rigor, más penas. A ese tipo de delincuentes lo que les frenaría no es la severidad de las penas sino la certeza de su aplicación. Delinquen convencidos de que, si son descubiertos, sus bien retribuidos defensores alargarán el proceso hasta el infinito y que, finalmente, podrán eludir los rigores de una condena efectiva.
Si los doctos letrados y de supuesto reconocido prestigio componentes del Tribunal Constitucional tardan más de 16 meses en dictar sentencia en relación con recurso presentado de inconstitucionalidad acerca de ciertos aspectos del Estado de Alarma, sabiéndose de antemano el resultado 6 a 5 de los letrados componentes del máximo tribunal, refleja meridianamente lo anterior dicho. Del mismo modo, no se puede entender que sobre la misma causa, esto es, sobre la petición de toque de queda por las administraciones autonómicas, tengan resoluciones dispares en los Tribunales de Justicias autonómicos, sabiéndose cuál iba a ser la resolución en función de la adscripción política de los jueces que componen dichos tribunales.
Cabe terminar afirmando que, para colmo, la justicia no es igual para todos y en nuestro país hay ejemplos que así lo demuestran y no hay mejor forma de mostrarlo con el pensamiento de aquel filósofo griego: “Se piensa que lo justo es lo igual, y así es; pero no para todos, sino para los iguales. Se piensa por el contrario que lo justo es lo desigual, y así es, pero no para todos, sino para los desiguales”. En este sentido hay que entender que la hermana del rey se salvará de una condena que la llevará a la cárcel como a su marido, que al rey emérito no se le haya procesado por delito alguno en nuestro país y, más recientemente, que un juez de la Audiencia Nacional tras escuchar las conversaciones grabadas del excomisario Villarejo no encuentre motivo para imputar a Mariano Rajoy y Dolores de Cospedal en el llamado caso Kictchen, por ejemplo.
Todo ello, hace aumentar entre los ciudadanos la creencia de que la Justicia es un cachondeo donde se dirimen otros asuntos ajenos a las causas que se traten y de ahí las resoluciones tan dispares y contradictorias, en la que jueces de manera arbitraria suelen volcar sus convicciones ideológicas o morales y en la que el principio de que todos somos iguales ante la ley brilla por su ausencia.
Una vez un amigo me confesó su gran secreto sobre el tiempo. Me dijo: “si haces como que no lo ves, si no atiendes sus llamadas ni dejas que te gobierne, el tiempo, amigo mío, no existe”. Tan convencido estaba de aquella idea que cuando se murió, lo hizo sin que nos percatásemos de que la vida se le había ido yendo poco a poco desde hacía mucho tiempo.
Coneso que a veces me gusta ignorar al tiempo en memoria de mi amigo, quitarle el poder del que goza con férrea mano manejando mi vida a su antojo. Es entonces cuando le vuelvo la cara cuando me cruzo con él, o me pongo a leer un libro sobre sortilegios y encantamientos, solo para hacerle creer que le ignoro. Pero lo cierto es que él bien sabe que todo mis gestos son chiquillerías, enfados de niño caprichoso que imagina que todo debería girar a su alrededor. Porque aunque me guste ignorar al tiempo, él siempre está presto a emboscarme, a prepararme la celada en la que irremediablemente he de caer.
No se puede huir del tiempo, como no se puede no ser tiempo. Somos un tiempo natural, un discurrir y un devenir hacia el mismo vientre que nos parió. Muchas veces sueño que mis átomos vuelvan allí de donde llegaron, de las estrellas. Ese tiempo es el de la naturaleza, a cuyos hermosos ritmos debemos someternos. Todo uye sin descanso, y solo lo muerto deja de uir… quizás no haya mejor denición de la muerte, todo aquello que deja de uir está muerto, y no necesariamente sin vida.
Pero ese tiempo con el que nacemos en nuestra sangre, en nuestra piel, es el mismo tiempo que ayudó al hombre a salir de su ignorancia y le hizo preguntarse y soñar, construir el relato y transmitirlo. Ese mismo tiempo que embellecen los poetas y sufren los amantes, del que quisieron contarlo todo los literatos y del que callaron los sabios. Un tiempo como el mío, justo en este instante, en el que lo encierro en estas líneas y lo callo en la siguiente.
Luego está ese otro tiempo que huele a goma y a hollín, que vive en base matemática y que para diluirlo hay que seguir las instrucciones del fabricante: “sálgase del mundo para su completa disolución”. Un tiempo dominante que todos llevamos encima como un adorno, da igual en la muñeca o en el móvil, y que sabes que vas a mirar, cuando esperes o desesperes, cuando llegues tarde o se retrase tu cita, cuando empieza y acaba tu jornada, y cuando te tengas que ir a dormir porque mañana madrugas. Y así, ese tiempo que nos engaña haciéndonos creer que las horas no vuelven y que lo que no hagas hoy no podrás hacerlo mañana, tiene a la gente en un estado de excitación constante, malhumorada y depresiva, porque su tiempo no les da para todo lo que creen que deberían hacer. Como si la vida tuviese una agenda que cumplir.
Ese tiempo que la gente cree que les falta hace que los gilipollas llenen una plaza haciendo botellón al grito de libertad. Pobres, les han escamoteado tanto tiempo en su educación que ya no saben ni lo que signican las palabras.
A ese tiempo de agonías que duran segundos, minutos y horas no logró escapar nunca mi amigo, y aún así, cuando lo pillaba absorto en vaya usted a saber qué, y le preguntaba por donde andaba, siempre contestaba lo mismo haciendo con su dedo en la boca el gesto de callarse: “estoy aquí, escondido, en el único lugar donde no me agarra el tiempo”. Puede que mi amigo sencillamente estuviese loco, y en el mejor de los casos, que fuese un sabio cuya ignorancia lo salvó de la quema por hereje.
Pero gracias a mi amigo aprendí a distinguir los tiempos, a amar uno y a no dejarme aplastar por el otro. Porque el tiempo del reloj, esa cadencia desacompasada que bulle en espasmos de dipsómano, puede que me jalee las prisas,pero nunca podrá obligarme a correr.
La presidenta de la Diputación fue en su día en calidad de alcaldesa precursora de la Sanlúcar del Santo Régimen, por eso, a nadie le debe extrañar que tienda a establecer desde esa institución pública un régimen homologable en la provincia.
Para ser alcaldesa recurrió al apoyo de un partido local-chiringuito y para ser presidenta de la Diputación no dudó en apoyarse en otro partido local-chiringuito.
Para ser secretaria provincial de su partido, como paso previo a asegurarse la presidencia de la Diputación, utilizó a modo de agencia de colocación a dos entes (MMBG y GDR-CN) que posteriormente terminaron por ser disueltos después de acumular millonarias deudas. En ambos entes fueron contratados como técnicos algunos miembros de su partido que no consiguieron renovar su elección como concejal y de esa manera asegurarse la adhesión de los mismos a su causa de conseguir la presidencia de la institución provincial. Al frente del GDR-CN colocó como gerente a una prima de su jefe de gabinete de alcaldía sin cualificación profesional ni experiencia. Su gestión fue un fiasco ya que no presentó ni un solo proyecto. El jefe de gabinete tuvo que dimitir cuando se destapó el caso, y el GDR-CN se tuvo que disolver.
Irene García
La compra de voluntades dentro de la corporación local lo hizo en su periplo como alcaldesa, lo llevó a cabo para ser secretaria general de su partido y ha pensado que nada ni nadie va impedir que lo haga desde la presidencia de la Diputación.
En su primer mandato al frente de la Diputación dio cobertura como personal de confianza en el área de economía y generoso sueldo a quien, siendo ella alcaldesa, tuvo que dimitir porque su empresa fue adjudicataria de un contrato para las escuelas de verano. Nada importó para su adjudicación que fuera incompatible estar contratado como personal de confianza y obtener un contrato de un servicio con el Ayuntamiento. Cuando se denunció el caso, la excusa dada para anular el contrato fue que se había producido una incompatibilidad imprevista desconocida por las partes, que aún se recuerda en la ciudad con incredulidad y sonrojo.
Con este curriculum de utilizar los recursos públicos en provecho propio a quién le puede extrañar que mantengan en la Diputación un batallón de contratados como personal de confianza con el único objeto de dar cobertura salarial para que se dediquen a sus cosas. Entre ellas no se encuentra de dar cobertura técnica en los asuntos de Diputación y sí la de ejercer la oposición con dedicación plena tanto si ostentan la condición o no de concejales en sus municipios de origen y de ahí que ni siquiera aparezcan por la corporación provincial y la de apoyarla en su reelección como secretaria provincial.
Resulta que el actual alcalde de Sanlúcar del Santo Régimen, en su día mano derecha y tan derecha de la presidenta, que colaboró estrechamente en la conformación del régimen imperante en la ciudad y que ahora lo mantiene denodadamente con la anuencia de la presidenta ya que es concejal de esta corporación local, llevó a los tribunales de justicia a IU por considerar que el funcionario de empleo que le correspondía no trabajaba en las funciones propias de secretario del grupo municipal y que no apareció nunca por el Ayuntamiento, salvo el día de la firma de su contrato, considerando que se estaba utilizando los recursos económico del ayuntamiento para asuntos de partido y no en provecho de la ciudad. Algo que IU pudo demostrar fehacientemente que no era cierto y, por ello, la denuncia fue desistida.
El tiempo pone a cada cuál en su sitio, ahora es la presidenta quien esta señalada por el uso perverso de los recursos económicos de la Diputación y el alcalde mira para otro sitio. Y es que el ladrón, o ladrona para cumplir con la igualdad de género, cree que todos son de su condición.
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